Transitamos una campaña electoral crucial para los destinos de la República en medio de una profunda crisis económica que tiene en la inflación su máximo exponente, con su impacto demoledor en la vida de cada uno de los argentinos.
En un mes tendremos que elegir a quienes conducirán los destinos de un país con profundos desafíos, urgentes e impostergables. Para hacer frente a esta encrucijada necesita de una dirigencia que no solo atienda las urgencias, sino que tenga la capacidad de proyectar un horizonte de progreso y equidad, que contenga las expectativas y necesidades de los 46 millones de personas que habitan la nación.
Sin embargo, cuando la dirigencia se aleja de la realidad, o se acerca a ella solo por la vía de encuestas y focus group, corre el riesgo de transformarse en una copia falsa, que no lidera ni representa, más allá de las apariencias. Las luces estridentes de los escenarios y los aplausos por compromiso tienen el valor de lo efímero y falso, generan sordera, nublan la vista y provocan engaños.
Es verdad que generalizar es un ejercicio injusto ya que la actividad política está llena de dirigentes que buscan transformar el país. Pero para que esos políticos puedan llevar adelante una transformación es necesario que el soberano -es decir el pueblo a través del voto- someta a examen a sus líderes, para premiar a los que cumplen sus promesas, trabajan y se esfuerzan y castigar a los que traicionan sus valores y utilizan sus cargos para medrar en provecho propio.
La lealtad a un mal dirigente no solo nubla el juicio político, también traiciona un principio básico de toda acción política, como es el de velar por el bien común y el progreso de la comunidad. Los malos dirigentes ponen en jaque la voluntad transformadora de las fuerzas políticas y su permanencia como conductores erosiona la base misma del sistema democrático, porque genera descreimiento y falta de confianza en el conjunto de la población.
Estamos en las puertas de una nueva elección y a pesar de que es una verdad de perogrullo, vale recordar que a los candidatos no se los elige para que se sostengan en los cargos, sino para mejorar la calidad de vida de todos y cada uno. Proteger y fortalecer la democracia es tener dirigentes que estén a la altura de los problemas que enfrentamos; porque ya sabemos que la otra opción es la oligarquía o procesos totalitarios.
Por Antonio E. Arcuri
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