Foto: Reuters.
Por Manuel Castro
La campaña electoral en la Comunidad de Madrid ha sido muy dura, y sucia. Desde La Moncloa los ataques han sido constantes. la idea fue siempre hacerle a Díaz Ayuso y a los madrileños, la vida imposible. Pedro Sánchez, el que prometió que no iba a hacer lo que hizo, y que se alió con quienes dijo que nunca lo haría porque no podría dormir tranquilo, fue uno de los grandes derrotados al igual que Pablo Iglesias, un verdadero miserable de la política. Su partido se originó en un movimiento que generó simpatías, el del 15 M, el de los indignados, sobre todo con la casta política. Indignación que millones alrededor del mundo compartimos en casi todos países. Baste ver lo que ocurre en distintas sociedades cansadas de tanto latrocinio de sus gobernantes, que, teóricamente, vienen a servirlas.
Lo que molesta es el doble discurso. Y la paciencia se terminó.
Desde hace mucho tiempo España está rodeada de traidores. Hay un viejo dicho que expresa: "cuando escuches a alguien hablar bien de Francia, de seguro es un francés. Cuando escuches a alguien hablar bien de Inglaterra, de seguro es un inglés. Cuando escuches a alguien hablar mal de España, de seguro es un español".
España siempre fue una palabra que a Pablo Iglesias, hijo de un terrorista, le costó pronunciar. No es el único. Pero, eso si, cobrar su sueldo de España, eso nunca estuvo mal.
Las alianzas que llevaron a Pedro Sánchez a ser Primer Ministro del Reino compuestas por etarras e independentistas no han traido estabilidad al país. Pero no solo ha sido Sánchez, Rajoy (del PP) fue un timorato de proporciones gigantescas, incapaz de tomar el toro por las astas con el tema Cataluña en su momento. Tuvo que salir el Rey a poner las cosas en su sitio. Rajoy fue un cobarde. Pablo Casado se le parece mucho.
El título de este artículo semeja la expresión que se usó durante la Guerra Civil, cuando las pancartas en la capital de España, republicana en ese entonces, se podía leer: Madrid será la tumba del fascismo.
Ya sabemos que no fue así.
La Guerra Civil terminó hace unos 82 años, pero ha sido la izquierda y sobre todo Pablo Iglesias los que se han empecinado en mantener un lenguaje del que nadie se acordaba. El típico discurso del político ignorante que habla de futuro con los ojos en la nuca. Lamentablemente no es el único. Lo digo con conocimiento de causa porque soy nieto de la Guerra Civil.
Después de la traición de Ciudadanos, al que los dirigentes de Vox llaman "la veleta naranja", que trató de meter mociones de censura en Murcia y en Castilla-León, verdaderas puñaladas por la espalda (menos mal que eran aliados del PP), Díaz Ayuso se la veía venir en Madrid, y adelantó las elecciones. Fue una hábil jugada de Isabel, justo, justo.
La convocatoria a las urnas hizo que el vice presidente segundo y ministro de la agenda 2030 (¿sabe alguien cuales son los lineamientos de la agenda 2030 y si los pueblos la votaron?) Pablo Iglesias decidiera abandonar sus cargos, las malas lenguas decían que Sánchez se lo quería sacar de encima; y arrojarse como salvador de la izquierda y de los valores populares a la arena de la batalla política contra la derecha criminal y de herencia franquista.
Como macho alfa, así lo llaman unos cuantos, fue a hacer campaña a Vallecas, un barrio pobre de Madrid donde hace años sobrevivió con un pequeño sueldo de profesor universitario (no me adentraré en las "ayudas económicas" bolivarianas e iraníes que recibió su partido). Fue abucheado. Claro, ahora vive en un chalet de €600.000 en Galapagal (no es precisamente un barrio pobre).
Quiso erigirse en el líder de la izquierda y ni su antiguo socio, el también bolivariano, Íñigo Errejón lo aceptó y menos la candidata de Más Madrid (el partido de Errejón).
Las elecciones del 4 de mayo en Madrid marcaron un alto índice de participación ciudadana, un 76,25%, un porcentaje alto, sobre todo si se tiene en cuenta que el voto es un derecho y no una obligación.
Díaz Ayuzo arrasó. Logró 65 escaños. El Psoe se hundió y comparte con Más Madrid el mismo número, 24 escaños. Vox subió uno y llegó a 13, Podemos (con Pablín) logró 10 (antes tenía 7) y Ciudadanos que antes tenía 26, desapareció. El precio de la traición. Escuché el discurso del candidato Edmundo Bal, un poco más le echó la culpa a los ciudadanos. No, Bal, no. Su partido ha dejado de existir por haber hecho lo que han hecho. Y encima su jefa, Sr. Bal, no lo acompañó cuando se presentó ante las cámaras. Lo dejó solo. En una de esas, Inés Arrimadas se pasa al Psoe. Nunca se sabe.
A Ciudadanos le pasó lo mismo que a Podemos en Galicia, de 14 escaños que tenía en la comunidad galaica paso a cero.
Rocío Monasterio de Vox dijo al final de la jornada electoral que los votos de su partido irán para que Díaz Ayuso se convierta en presidente en la primera votación.
Mientras se iban conociendo los resultados, un grupo de mariachis cantó ante la sede de Podemos de Madrid, entre otros temas, rata de dos patas, alimaña, bicho rastrero.
Uno cosecha lo que siembra, tarde o temprano.
Finalmente Pablo Iglesias, ha decidido renunciar a la política. Creo que nadie lo va a extrañar. Pero aún le quedan algunas cuestiones con la justicia.
Una verdadera pena que alguién que empezó bien, criticando los vicios de la casta política, se haya convertido en uno de ellos. A muchos izquierdistas le pasa cuando empiezan a contar dinero. Mucho lenguaje de barricada, pero nada más. Bueno, no solo en la izquierda.
Pedro Sánchez, abucheado cuando fue a votar en el Centro Cultural Volturno en Pozuelo de Alarcón le hizo llegar sus saludos a Isabel Díaz Ayuso. La nueva presidente de la Comunidad de Madrid ya lanzó sus objetivos para lo que queda de mandato, empezando por bajar impuestos. Todo lo contrario del Sr. Sánchez.
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