La creciente polaridad entre Washington y Beijing, con Moscú merodeando también, lleva a que cada vez más países traten de hacer valer sus propias agendas.
El escenario actual, independientemente del enfoque que se le de, se caracteriza por mostrar una creciente tensión entre dos grandes polos de poder, uno en occidente y otro en oriente. El polo occidental, ya consolidado desde hace décadas bajo el mando de Estados Unidos, y con la Unión Europea, junto al Reino Unido, encolumnados en dicho sector. Del otro lado, el polo oriental, cada vez más consolidado por el crecimiento pujante de China, y consolidado por el alejamiento de Rusia de la atmósfera occidental para volcarse de lleno al espacio asiático.
Tanto Washington como Moscú son partidarios de lograr que los países se “alineen” detrás suyo. En ese sentido, ambas diplomacias, enemigas durante la Guerra Fría, se conocen y comprenden sus metodologías a la perfección ya que presentan interesantes coincidencias. Beijing, por su idiosincrasia derivada del confucianismo, tiene metodologías distintas.
En el caso de China, no importa el alineamiento de los gobiernos con sus agenda, ni siquiera que tenga simpatías por el Partido Comunista Chino. El mejor ejemplo lo tenemos en el vínculo de dicho país con la Argentina desde que asumió Javier Milei. A China le importa hacer negocios, no le importan los elogios a su diplomacia, ni los alineamientos. Solo negocios y que se cumpla lo firmado.
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La guerra de Ucrania, el conflicto en Gaza, y una serie de contiendas sobre distintos rincones del mundo ha llevado a que cada vez más países consideren que no es momento de “alineamientos” rígidos, sino de “practicidad” y “pragmatismo”. No está claro quién será la potencia dominante de los próximos años, ni quién emergerá, ni qué conflictos pueden desatarse a la brevedad. El escenario de incertidumbre hace que los países hagan apuesta por una agenda más conservadora en temas internacionales, buscando preservar sus intereses propios, jugando muchas veces a una “política pendular”, manteniendo diálogo con todas las partes, haciendo negocios con todos, pero evitando caer bajo la influencia directa de alguno de los polos ya claramente definidos.
Existen distintos ejemplos de este giro pragmático en la actualidad. Quizá, dos de los casos más resonados, que ya desde hace varios años vienen haciendo apuesta por esta política pendular podrían ser los de India, encabezada por Narendra Modi; y Turquía, presidida por Recep Erdogan. En ambos casos se manifiestan acercamientos estratégicos tanto con el bloque Occidental (QUAD, en el caso de India; OTAN en el caso de Turquía) y con el bloque Oriental (BRICS y OCS en el caso de India; así como OCS y aspiraciones al BRICS en el caso de Turquía).
Ambos países han sido protagonistas diplomáticos de la guerra de Ucrania, Turquía ha sido epicentro de negociaciones para intercambio de prisioneros entre Rusia y Ucrania; mientras que India crece en su rol como futuro negociador para las conversaciones de paz entre ambos países. Tanto Modi como Erdogan han mantenido reuniones con Putin, pero también con Zelenski.
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Decía, al comienzo de la nota, que los países están reconfigurando sus estrategias a raíz de los numerosos conflictos consolidados desde el 2022 a la fecha. En este sentido, podemos ver cómo la diplomacia de distintos países fue virando hacia la practicidad. Para ponerlo en algunos ejemplos:
Este año, la monarquía saudi decidió no renovar el histórico acuerdo del Petrodólar con Estados Unidos, lo que quitó al dólar el beneficio exclusivo de las ventas petroleras del reino arabe. Todo esto, luego de alcanzar una histórica reconciliación en 2023 con Irán, por mediación de China. Sin embargo, aunque ratificó su intención de participar en los BRICS, Arabia fue el gran ausente de la cumbre en Kazan. Esto refleja que los saudíes buscan eliminar su dependencia histórica de Occidente, pero evitando caer bajo la influencia directa de Rusia o Beijing.
El país, enclave en la región del Cáucaso, celebró recientemente elecciones donde, a pesar de numerosas irregularidades, volvió a reflejar que buena parte de la población no es partidaria de sumarse a la Unión Europea, debido a las tensiones que podría despertar con la vecina Rusia. En ese punto, el temor al “efecto Ucrania”, gravita y mucho para que tanto la población como la coalición de gobierno tomen una política más moderada al respecto.
Desde la pandemia, México comenzó a aumentar el flujo comercial con China, una oportunidad irresistible para los exportadores mexicanos que, para evitar enojos y sospechas en Washington, fue compensando con la ratificación del TMEC y la declaración pública del ex presidente Lopez Obrador de que México no presenta interés alguno en sumarse a los BRICS.
El gobierno de Lula da Silva ha presentado dos caras completamente distintas en su política exterior entre el primer y el segundo año de gestión. Mientras en el 2023, Brasil votó favorablemente a la ampliación de los BRICS y del Mercosur, realizó acercamientos con China, India y Emiratos Árabes Unidos; en el 2024, Lula recibió las visitas de Emmanuel Macron y Fumio Kishida, bloqueó el ingreso como socio del BRICS de Venezuela, participó de la cumbre del G7 como invitado y se ausentó en la cumbre de los BRICS.
Todo indica que, a los desafiantes movimientos de la diplomacia brasileña en 2023, próximos al polo oriental; se le dio por buscar limar diferencias con el polo occidental y buscar un equilibrio en 2024, algo históricamente muy común en la diplomacia brasileña (Itamaraty).
En cualquier caso, es indudable que cada vez más países buscan evitar quedar en encrucijadas incómodas ante un escenario internacional complejo e incierto donde los alineamientos no parecen ir en sintonía con una jugada inteligente, ni útil, para los países emergentes y/o del sur global.
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