La situación es una prueba de la capacidad china para gestionar el equilibrio entre seguridad y expansión estratégica. La respuesta de Beijing no solo definirá el futuro del CPEC, sino que también revelará su capacidad para adaptarse a un entorno geopolítico cada vez más impredecible.
Por Damián Carca
Pakistán atraviesa un preocupante aumento de la violencia terrorista y los conflictos internos, lo que compromete su estabilidad política y económica. Esta situación amenaza con descarrilar las inversiones de China en la región, que son clave para la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda (BRI), y fuentes de ingresos para Islamabad.
Desde la retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán en 2021, se ha observado un resurgimiento del extremismo, con grupos como el Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP) y el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA) intensificando sus ataques, situación que se agrava por la afluencia de armas estadounidenses a Pakistán tras la toma de control de Afganistán por los talibanes. En este contexto, los intereses geoestratégicos de China se encuentran en riesgo.
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El Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), columna vertebral de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), es mucho más que un proyecto de infraestructura: representa una jugada estratégica para asegurar el acceso de China al Océano Índico, reducir su dependencia del Estrecho de Malaca —una vía con fuerte presencia de fuerzas indias y estadounidenses, susceptible a bloqueos en caso de conflicto— y proyectar su influencia en el sur de Asia.
Sin embargo, la creciente inestabilidad en Baluchistán ha convertido este activo estratégico en una fuente de vulnerabilidad. Los ataques recientes, como el atentado en Karachi que cobró la vida de ciudadanos chinos, evidencian que el costo de proteger estos intereses es cada vez más alto, tanto en términos económicos como diplomáticos. El puerto de Gwadar es fundamental para la proyección marítima china, ya que representa un pilar estratégico para el acceso chino al Océano Índico, ofreciendo una ruta directa para el suministro de energía desde Medio Oriente y una base logística en el ámbito de la competencia marítima con India y Estados Unidos.
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La violencia en Pakistán ya no es un fenómeno contenido. Su propagación hacia Tayikistán, donde ciudadanos chinos han sido víctimas de ataques transfronterizos, revela la fragilidad de las fronteras regionales. Este escenario representa una amenaza directa para Xinjiang, región crítica para la estabilidad interna de China, dada la presencia de la minoría uigur y su histórico vínculo con movimientos islámicos transnacionales.
Beijing entiende que cualquier debilitamiento en la periferia puede ser aprovechado por actores internos y externos para desafiar su control sobre esta región estratégica.
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Beijing está atrapado en una encrucijada: continuar apoyando a Pakistán implica asumir riesgos crecientes, pero retirarse podría desmoronar décadas de inversión estratégica.
La violencia no solo erosiona la viabilidad del CPEC, sino que también amenaza con transformar a Pakistán en el eslabón más débil de su red geopolítica. Sin embargo, China difícilmente podría permitirse un vacío de poder en una región que es fundamental para su acceso a los mercados energéticos y su competencia con India y Estados Unidos.
La situación en Pakistán es, para China, una prueba de su capacidad para gestionar el equilibrio entre seguridad y expansión estratégica. La respuesta de Beijing no solo definirá el futuro del CPEC, sino que también revelará su capacidad para adaptarse a un entorno geopolítico cada vez más impredecible. ¿Podrá China mantener su impulso geopolítico sin sacrificar la estabilidad de su periferia, o la creciente violencia en Pakistán marcará el inicio de una nueva fase de repliegue estratégico?
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