Mientras la guerra lanzada por Rusia sobre Ucrania avanza y gana en intensidad, se sigue engrosando la cifra de víctimas inocentes y muertos. Sin embargo, hay una reacción concreta que se hace esperar: la del Papa Francisco. ¿Qué hay detrás de su actitud? La posible respuesta podría tener un nombre clave: el Patriarca ortodoxo ruso Kirill. Esta es la trama.
Papa Francisco, Vladimir Putin y el patriarca Kirill. Foto: Vaticano/Getty Images.
Desde que el pasado 24 de febrero Rusia lanzó su invasión sobre la vecina Ucrania, el mundo entero asiste consternado a las acciones bélicas que no solo no paran, sino que van creciendo en peligro e intensidad. La reacción de varias de las naciones más poderosas del planeta han sido -como tantas veces- tibias e inconducentes hasta el momento. Pero si algo ha llamado particularmente la atención es la postura -ciertamente pasiva- del Papa Francisco, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana con sede en Roma.
El Líder religioso de millones y millones de fieles hace por estos tiempos gala de una gran capacidad declamatoria, con palabras -solo en apariencias- contundentes contra la escalada bélica, pero lo que salta a la vista es su inocultable quietud a la hora de los hechos.
Muchos ya se preguntan ¿hasta qué punto le interesa realmente al Papa que Vladimir Putin pare su guerra sin razón contra los ucranianos? La pasividad de Jorge Bergoglio -porque así es como puede resumirse su posición ambivalente- parece indicar que el tema no está entre sus diarias preocupaciones o sus más urgentes prioridades. Queda claro.
A más de uno se le ha ocurrido una idea que no es tan descabellada, sobre todo pensando el rol y la gran ascendencia del Papa para millones e seres en el mundo y, por supuesto, para muchos dignatarios: ¿Debería el Papa Francisco viajar a Ucrania e instalarse allí para que pare definitivamente la guerra? ¿Por qué no se ofrece personalmente como mediador entre los bandos en pugna? ¿Por qué no se mueve para evitar más muertes inútiles? Preguntas. Estas y muchas otras preguntas. Todas sin la más mínima respuesta.
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Conmoverse y demostrarlo. Hacerlo carne sobre su propia piel. Basta con tan sólo leer artículos periodísticos y foros de opinión, o escuchar debates y declaraciones en los distintos medios internacionales que, minuto a minuto, no sólo relatan el horror de la guerra, sino que intentan ver una luz al final del túnel, quizás con más esperanza que certezas. Pero, por ahora, la constante es la (¿solo aparente?) complicidad del Sumo Pontífice con Putin.
Todos y cada uno de nostros, seres mortales en este mundo, podemos ser juzgados al menos de dos maneras: por acción o por... omisión. Y de esto no escapa el Líder religioso de la Iglesia Católica. También a él le caen las generales de la ley, pese a que no quiera verlo.
A modo de reciente "reacción" ante los hechos luctuosos que ensombrecen a la humanidad toda por estas horas, dijo tibiamente el Sumo Pontífice este miércoles: "La Iglesia, en esta hora oscura, está fuertemente llamada a interceder ante el Príncipe de la paz y a estar cerca de cuantos sufren en carne propia las consecuencias del conflicto".
Así se expresó mediante una carta que, lejos de ser la solución, da la extraña sensación de ser una mera declaración obligada: "Quiere ser un gesto de la Iglesia universal, que en este momento dramático lleva a Dios, por mediación de la Madre suya y nuestra, el grito de dolor de cuantos sufren e imploran el fin de la violencia, y confía el futuro de la Humanidad a la Reina de la paz".
Sabor a poco, muy poco de parte del Papa Francisco. Pero ¿qué hay detrás de su actitud? La posible respuesta podría tener un nombre clave en esta historia: el Patriarca Kirill.
Este hombre, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa que no es un personaje cualquiera. De hecho, Kirill tiene bajo su más absoluto control a dos de los tres importantes grupos que conforman a la iglesia ucraniana. Así mismo fue pieza fundamental a la hora de bloquear el nombramiento del obispo de Kiev como cardenal, además de ayudar inocultablemente a Jorge Bergoglio al autorizar -de manera inédita en la historia- la designación de un arzobispo católico en la ciudad rusa de Moscú.
Así las cosas, y dada la importancia "estratégiga" de Kirill en el fino tablero de ajedrez sobre el que juega el Papa Francisco, es un ingrediente infaltable en la "ensalada rusa" que quiere degustar el Líder de la Iglesia de Roma. También aquí se ponen en juego fuertes intereses y conveniencias, que -a la luz de los hechos- dejan de lado las necesidades urgentes de las miles y miles de víctimas de la guerra lanzada por el Kremlin en Ucrania. Mientras muchos mueren engrosando la fría estadística de los crímenes de guerra de Putin, el Papa Francisco "saca la calculadora" y trata de sacar provecho para sumar fieles cristianos en un mundo que podría desaparecer más temprano que tarde. El Sumo Pontífice está embarcado en su propia guerra y el botín es ni más ni menos que una larga fila de nuevos fieles en Ucrania, que deben ingresar a la Iglesia como sea: por las buenas o por las malas.
El 12 de febrero de 2016, el patriarca ruso y el Papa Francisco se encontraron a solas, marcando el primer encuentro en la historia entre un líder católico y uno ruso ortodoxo. Al mostrarse luego de la reunión lanzaron una declaración conjunta de circunstancia, pero antes ya habían acordado ir "por todo" en Europa Oriental. Y eso incluye la "necesidad" de reclutar (no soldados, sino) miles de nuevos fieles católicos evitando una vez más el avance del ateísmo en esa zona caliente del mundo. Todo es por intereses sectoriales y poco -y nada- importa la vida humana.
El Papa Francisco, más cercano a un "humano común y corriente" bajo el nombre de Jorge Bergoglio que como un Dios en la Tierra- saca a relucir su costado más codicioso y menos sensible, mientras sigue recomendando a sus fieles que abandonen lo material.
El Papa Francisco también ha lanzado su propia guerra.
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