Hace pocas semanas llegó al país la Jefa del Comando Sur del Ejército de los Estados Unidos, General Laura Richardson. Durante su visita manifestó su preocupación por la base de observación espacial china ubicada en nuestra provincia de Neuquén y por las inversiones de la potencia asiática en la región.
La visita y las manifestaciones de la militar norteamericana, General Laura Richardson, no hacen más que confirmar la posibilidad que se abre para construir una política hemisférica en América. Una vez en el país -al que casualmente arribó un 2 de abril-, se reunió con diversas autoridades de la Nación, incluida una imprevista reunión con el Presidente Milei en la ciudad de Ushuaia, donde éste anunció la construcción de una base naval conjunta con los EEUU en la zona. “Se trata de un gran centro logístico que constituirá el puerto de desarrollo más cercano a la Antártida y convertirá a nuestros países en la puerta de entrada al continente blanco”.
Días después, el 5 de abril la general Richardson fue recibida en el Senado de la Nación por la vicepresidente de la República, Victoria Villarruel. Al término de la reunión se informó que ambas funcionarias abordaron temas estratégicos en común sobre energía, alimentos, desafíos continentales y política hemisférica.
Se ha abierto nuevamente un camino de alineamiento entre los intereses de Argentina y EE.UU ¿Será sostenible en el tiempo? Si hay algo que ha caracterizado a esta relación históricamente son las oscilaciones.
Sostenía Alberdi, gran intelectual argentino, que los peligros para el país en el plano internacional estaban encarnados en el expansionismo de Brasil y de EE. UU. Para lidiar con ello, la clave estaba en relacionarse con Europa.
Del lado estadounidense, explica Nicholas Spykman en su obra Estados Unidos Frente al Mundo que Argentina fue el principal obstáculo para las políticas panamericanas de los EE.UU. La fuerte influencia británica en nuestra clase dirigente de principios del Siglo XX fue determinante para rechazar todo posible acercamiento con los EEUU.
Sin embargo, ahora el contexto es otro, y los desafíos provocados por la injerencia de potencias extracontinentales en nuestra región bien justifican la consideración de una nueva y verdadera política hemisférica en toda América.
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Los países americanos, más allá de las distintas realidades de cada uno, somos productores de alimentos y energía. Tanto Europa como China son compradores y dependientes de ellos. A lo largo del tiempo, los países sudamericanos, en lugar de aceptar una política continental, nos limitamos a ser tomadores de precios impuestos por las potencias compradoras, tal como ocurrió en el siglo pasado con el Reino Unido y ahora con China. La implementación de una política continental junto con los demás países exportadores de América, permitirá certificar la forma de producción respetuosa del medio ambiente, defender el precio de los productos y enfrentar los condicionamientos y barreras para-arancelarias que imponen habitualmente los compradores.
Relacionado a ello, debe tenerse en cuenta que la fuerte demanda de recursos naturales provoca la degradación de las tierras, deforestación y el agotamiento de las riquezas, generando un daño ambiental permanente que afecta por igual a los habitantes, la tierra y la economía. Esta grave situación fue denunciada por el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si, donde nos exhorta a defender nuestra casa común sin que se obstaculice el desarrollo de los pueblos. Pues bien, nuestra casa común es América y debemos entonces encarar este desafío a partir de la implementación de políticas de cooperación de los países americanos, que impida o morigere ese daño y proteja la sustentabilidad de los recursos.
Otra área importante de cooperación es la seguridad en el Atlántico Sur. La depredación ictícola por parte de países europeos y asiáticos, la presencia ilegítima del Reino Unido en las Islas Malvinas y la proyección antártica son también desafíos continentales que deben ser abordados a través de una política hemisférica con los países de la región.
La lista es larga, pero como se puede ver con tan solo unos ejemplos, las áreas de cooperación entre los países americanos son bastas y complejas, y la conveniencia parece evidente.
Sin embargo, no debe soslayarse que seguir una política de cooperación hemisférica tendría frente a sí toda una serie de obstáculos. ¿Cuáles son?
En el plano interno, el principal obstáculo podría ser ideológico. Fuerzas políticas de la más variada proveniencia ideológica suelen diferir en todo menos en una cuestión: la base de nuestra política exterior debe ser proeuropea, a la que hoy se le agregan dos nuevas inclinaciones, China y Brasil. Pero ya sea amparados en la excusa de la existencia de un supuesto mundo multipolar –que justifica estrechar la relación con el gigante asiático-, o en el nacionalismo más acérrimo, rechazarán todo intento tendiente a profundizar las relaciones con EE. UU.
En el plano externo, por otro lado, está la reacción que provocará en Brasil seguir el camino de la cooperación hemisférica. Tanto Europa como China son grandes socios de Brasil por fuera de la tan mentada integración regional. A través de una política de rearme con Francia y Suecia, y de desarrollo de infraestructura crítica con China, a la que le vende grandes cantidades de alimentos, minerales e hidrocarburos, Brasil está comenzando a generar un desequilibrio militar y económico en la región. El desequilibrio es la fuente de la mayoría de las guerras y conflictos en la historia. Actualmente se está desarrollando una Guerra Mundial en partes: hay guerra en Europa, en Asia y en África. Los países de América no quieren que estas potencias traigan sus guerras a la región, y pretenden que este siga siendo un continente de paz y de esperanza. Urge entonces a los países americanos reestablecer el balance de poder que asegure el equilibrio y garantice la paz.
No debemos olvidar que la posibilidad de una alianza continental no es algo nuevo en nuestro país. El presidente Juan Domingo Perón en su primera y segunda presidencia abogó por una América unida del Ártico al Antártico, advirtiendo sobre la conveniencia de alinearnos geopolíticamente con los EEUU. De ese modo permite distinguir una mera política de subordinación incondicional, que actúa por dogmatismo o intuición, de la de un aliado menor basado en una consideración realista de la situación que permita determinar los intereses comunes.
También habría que recordar que las dos grandes potencias comunistas de la historia, me refiero a Rusia y a China, alcanzaron su poderío en tiempos modernos a partir de las alianzas con los EEUU; una luego de la Segunda Guerra Mundial, y la otra tras el acuerdo de Mao con Nixon.
Quizás apuntando a remover esos posibles obstáculos ideológicos, la General Richardson tuvo algunos gestos destacados respecto del reclamo de soberanía sobre nuestras Islas Malvinas. Los desafíos sobre nuestro continente están planteados y la necesidad de fijar una política hemisférica parece evidente. Sólo resta saber si los países de América estaremos en condiciones de aceptar el reto.
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