El derrocamiento del líder marca un nuevo capítulo en el convulsionado tablero de Medio Oriente. Mientras Siria enfrenta un futuro incierto, las dos potencias disputan su influencia global en un escenario cada vez más inestable.
Por Pablo Tanous
La situación en Siria adquirió un tono inesperado. No tanto por la caída del Al Assad en sí -aunque fue un giro bastante impredecible-, sino fundamentalmente por la velocidad con la que sucedió. Pero ¿quiénes ganan y quiénes pierden con la caída de Al Assad? ¿Qué significa para el tablero de Medio Oriente este cambio?
Hay diversas causas que pueden explicar este escenario, pero hay una, profunda, sobre la que vamos a concentrarnos en esta ocasión, y esa es la disputa mundial de nuestro tiempo: Estados Unidos contra China.
Como premisa, podemos mencionar que una potencia comercial como China precisa de paz y estabilidad general para ejercer su influencia sin mayores impedimentos. Y que, en efecto, hay un juego de opuestos sobre este tablero. Aunque parezca obvio, vamos a decirlo. Lo contrario a la estabilidad que China precisa para proyectarse es, justamente, la inestabilidad, que es lo que reina en la región desde hace un par de décadas.
¿Hay una relación entre la proyección de China y la conflictividad en la región, o todo se explica esencialmente por las divisiones entre judíos, árabes, chiítas o sunnitas?
¿Por qué decimos que China precisa y persigue un escenario estable en la región? Hay dos cuestiones fundamentales que van de la mano y son las que resultan relevantes de señalar ahora: en la disputa frente a EE.UU., su fortaleza no está en el poder militar: es en los aspectos económico y diplomático en los que tiene mayores posibilidades de contrarrestar la hegemonía estadounidense.
Pensemos en las herramientas económicas: el comercio, la construcción, la infraestructura, la logística, la instalación y el desarrollo de empresas extranjeras, solo son posibles en un escenario de paz y estabilidad que permita concretar proyectos costosos que necesitan tiempo para materializarse. Y de la mano de la promesa de negocios y beneficios mutuos es como se vuelve más fácil hacer girar los engranajes de la diplomacia con resultados satisfactorios.
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Sin embargo, desde al año 2001 que, con la entrada de las tropas de EE.UU. a Afganistán para deponer al gobierno talibán, se han sucedido una serie conflictos que hacen de la paz y la estabilidad en Medio Oriente una utopía.
Podríamos mencionar también los escenarios en Yemen, ubicado frente el estrecho de Bad el-Mandeb, que conecta el mar Rojo y el océano Índico. Allí los hutíes fueron uno de los bandos que protagonizaron una larga y cruenta guerra civil –con Irán y Arabia Saudita apoyando a cada bando-.Encontrá más vídeos
También fue relevante lo acontecido en Sudán, ubicado sobre la costa del estratégico mar Rojo, un país que en el año 2011 terminó partido en dos –Sudán por un lado, Sudán del sur por el otro-. Cerca del 90% del petróleo producido por Sudán del Sur va hacia China, y en su mayoría sale por los puertos sudaneses sobre el mar Rojo.
La caída del gobierno en Afganistán y la vuelta de los talibanes al poder. Sí, los mismos que EE.UU. removió en el año 2001, hoy están de vuelta y las tropas estadounidenses debieron irse tan rápido –habrían olvidado como combatirlos- que buena parte de su armamento y equipamiento quedó en manos talibanes. Hoy, grupos terroristas con vínculos con el nuevo gobierno afgano se mueven en la región de Baluchistán, que se extiende por parte del territorio de Afganistán y parte del territorio de Pakistán, y han atacado en repetidas ocasiones a empresarios, contratistas y trabajadores chinos involucrados en la construcción de infraestructura crítica. Fundamentalmente operan al sur de Pakistán, cerca del puerto de Gwadar en Pakistán, donde inicia el estratégico Corredor Económico China-Pakistán, que atraviesa territorio pakistaní hacia el norte hasta la frontera con China. La provincia china que limita con Pakistán es Xinjiang, poblada por los uigures, pueblo de origen túrquico que profesa el Islam.
Con estos antecedentes, el escenario más probable sería uno en el que la inestabilidad se convierta en la regla diaria de Siria, si es que sigue existiendo como estado. La toma del poder por este grupo insurgente con imagen moderada pero de estirpe netamente islamista, tiene además el desafío de superar las disputas internas de los vencedores y el surgimiento de grupos contrainsurgentes. Por si fuera poco, Israel y Turquía comenzaron a conformar zonas de contención dentro del territorio sirio. Dos ganadores de esta contienda de los que hablaremos en otro momento.
En definitiva, la caída de Bashar Al Assad podría significar otro punto de inflexión en la reorganización de Medio Oriente iniciada casi al mismo tiempo que este siglo. En este escenario, Estados Unidos parece haber tomado la delantera en su disputa con China, que ve cómo su estrategia de proyección enfrente riesgos y costos altísimos.
Mientras, Siria queda, una vez más, atrapada en el torbellino de las disputas internacionales, enfrentando un futuro incierto donde la estabilidad parece una ilusión lejana. Solo el tiempo dirá si las piezas del rompecabezas geopolítico encuentran un equilibrio o si el caos sigue siendo la norma.
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