Ocurrida entre enero y mayo de 1871, dejó un saldo desolador de 14.000 muertos que representó el 8% de la población porteña. Con consecuencias devastadoras a nivel económico, social y cultural, la ciudad ya no fue la misma.
Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, Juan Manuel Blanes, 1871.
Buenos Aires escribió una de sus páginas más oscuras en enero de 1871 cuando comenzó a propagarse la fiebre amarilla. Proveniente de los buques que llegaban de Brasil y una de las consecuencias que dejó la Guerra del Paraguay, ya que muchos soldados llegaron contagiados tras haberla esparcido en Corrientes, dejó un saldo trágico que terminó con la reducción de menos de la tercera parte de la población porteña. Causas y consecuencias que cambiarían para siempre a la ciudad.
Oficialmente se dio como fecha de inicio de la epidemia el 27 de enero de 1871, ese día el Consejo de Higiene Pública de San Telmo confirmó tres casos en dos manzanas de dicho barrio donde funcionaban conventillos. Uno estaba ubicado en Bolívar 392 y el otro en Cochabamba 113; en la primera dirección se lamentaron las muertes del italiano Ángel Bignollo de 68 años y su nuera Colomba de 18. Juan Antonio Argerich, el médico que los atendió, expresó que los síntomas que mostraron eran gastroenteritis e inflamación en los pulmones. Recién el 1 de febrero se confirmó que se trataba de fiebre amarilla y el 4 se aisló al barrio.
Casa donde se habría registrado uno de los primeros casos según la Revista Caras y Caretas, 1899.
Uno de los primeros errores de las autoridades fue ignorar la suba de casos, la Municipalidad incluso siguió con los preparativos del carnaval que terminaría siendo el puntapié para desencadenar una trágica propagación. Incluso Manuel Bilbao, director del diario La República, negaba por ese entonces que se trataran de casos de fiebre amarilla; pero la situación para marzo ya era insostenible con 150 a 200 muertos diarios en una ciudad que tenía 180.000 habitantes.
La locomotora La Porteña se usó para trasladar cadáveres al cementerio de la Chacarita.
Ante el inmanejable panorama se decidió crear nuevos centros de emergencias, el puerto fue puesto en cuarentena, provincias limítrofes no permitían ingresar personas y mercaderías proveniente de Buenos Aires, más de la tercera parte de los porteños decidió abandonar la ciudad y por las noches se encendían fogatas con madera y alquitrán para "desinfectar" ya que en ese entonces se creía que la enfermedad se transmitía por el aire.
Ante la falta de respuesta de autoridades, los vecinos decidieron congregarse el 13 de marzo en lo que hoy es Plaza de Mayo y organizar una "Comisión Popular de Salud Pública". La misma estuvo presidida por José Roque Pérez, los periodistas Héctor Varela y Carriego de la Torre, el vicepresidente de la Nación Adolfo Alsina, Adolfo Argerich, Carlos Guido, Bartolomé Mitre, Domingo César y el sacerdote irlandés Patricio Dillon.
Conventillo porteño.
La comisión se encargó de ir a los lugares afectados y desalojar a aquellas personas, en su mayoría humildes, viviendo en conventillos de forma infrahumana. Unas de las consecuencias que despertó la epidemia fue la fuerte xenofobia hacia aquellos inmigrantes, en su mayoría italianos, a los que se los acusaba de ser los principales culpables de propagar la enfermedad. Tal es así que unos 5.000 pidieron volverse a su país, aunque muchos de los que consiguieron cupo terminaron murieron en altamar. Llegado abril se contabilizaron 500 muertes diarias, para tomar dimensión de la gravedad de esta cifra hay que tener en cuenta que para ese entonces Buenos Aires tenía un registro de 20 decesos por día.
Casi a finales de marzo el presidente, Domingo Sarmiento, y su vice Alsina decidieron dejar la ciudad para instalarse en Mercedes junto con una comitiva de 70 personas. Este gesto fue repudiado por la población y criticado por los medios, sumado a que los miembros de la Corte Suprema, cinco ministros nacionales y diputados y senadores hicieron lo mismo. Mientras tanto, varios médicos y miembros de la Comisión murieron dando pelea en primera línea como Francisco Javier Muñiz, Carlos Keen, Adolfo Argerich y José Roque Pérez quien había dejado listo su testamento sabiendo que podría fallecer a causa de esta epidemia.
Médicos atendiendo a víctimas.
El 10 de abril fue el peor día: 563 muertes y con casos fulminantes, es decir, personas que moría un día o dos después de contraer la enfermedad. Las autoridades que seguían en la ciudad ofrecían pasajes gratis a los humildes para que abandonen la urbe, decretaron feriado hasta fin de mes y todos los diarios -menos La Nación y La Prensa que redujo a dos páginas su edición- debieron cerrar. En la segunda mitad de abril comenzaron a disminuir los casos con la llegada de los primeros fríos del año.
A mediados de mayo la ciudad volvió lentamente a la rutina, el 20 de ese mes la Comisión dio por terminada su misión y el de 2 junio no se registraron casos. Guillermo Rawson, médico higienista, brindó su testimonio del horror: "Vi al hijo abandonado por el padre; he visto a la esposa abandonada por el esposo; he visto al hermano moribundo abandonado por el hermano". Si bien las cifras oficiales y más fidedignas difieren, se estiman que murieron entre 13.600 y 14.000 porteños, la mayor parte vivía en San Telmo y Monserrat y el 75% eran inmigrantes.
Los estragos hechos por la fiebre amarilla dejaron en evidencia las malas condiciones de higiene por un Riachuelo contaminado y siendo un centro de infección altamente peligroso. En 1873 se inició la construcción de aguas cloacales y en 1874 el ingeniero John Bateman estuvo a cargo de dirigir la obra de agua corriente. Además, un año después, se centralizó la recolección de basura al crear vaciaderos para depositarla.
Mosquito transmisor de la fiebre amarilla.
Debió pasar una década para que el doctor cubano, Carlos Juan Finlay, lograra descubrir que la transmisión de la fiebre amarilla era causada por la picadura del mosquito Aedes aegypti. Su descubrimiento fue tan importante que el día de su nacimiento, el 3 de diciembre, se celebra en la mayor parte del mundo el Día del Médico.
Monumento erigido en 1873 a los caídos por la fiebre amarilla.
Solo hay un monumento en Buenos Aires que recuerda a las víctimas de la epidemia, el mismo fue erigido en 1899 y se encuentra en el lugar donde estaba la administración del Cementerio del Sur, frente al hospital Francisco Javier Muñiz, con la siguiente descripción:
El sacrificio del hombre por la humanidad es un deber y una virtud que los pueblos cultos estiman y agradecen.
Por Yasmin Ali
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