Pedro Bonifacio Palacios nació un 13 de mayo de 1854, con sus poemas traspasó el tiempo con poemas que buscaban demostrar que siempre seremos más fuertes de lo que pensamos. Un repaso de su dura historia de vida que tanto influyó en su obra.
Pedro Bonifacio Palacios.
Pedro Bonifacio Palacios, mejor conocido bajo el seudónimo de Almafuerte, nació un 13 de mayo de 1864 en lo que actualmente es San Justo, partido de La Matanza. Desde sus primeros años la vida no le sería sencilla: nació en una familia pobre y a los pocos años su madre, Jacinta Rodríguez, falleció y tras ello sufrió el abandono de su padre, Vicente Palacios. A los 5 años se mudó con unos parientes que se harían cargo de él.
La primera pasión de Palacios fue la pintura, pero la Legislatura le negó una beca para viajar a Europa y se inclinó a la escritura y a la docencia. A los 16 años ya era docente y director de la escuela de Mercedes en Chacabuco, allí conoció en 1884 a Domingo Faustino Sarmiento. Algunos historiadores señalan que debió abandonar este puesto por sus poemas cargados de una fuerte crítica al gobierno de turno, algo aunque nunca se aclaró.
Almafuerte.
La docencia no fue la única profesión que ejercería ya que también incursionó en el periodismo; bajo seudónimos escribió en Oeste, Buenos Aires y el Pueblo. Además, fundó el diario El Progreso donde firmaría notas con los nombres de Platón, Juvenal, Isaías, Job, Bonifacio, etc. En 1892 firma por primera vez como Almafuerte en un poema que le envió a Bartolomé Mitre y que daría inicio a su carrera como reconocido poeta.
El poema más recordado es “Piu Avanti”, incluído dentro de “Los siete sonetos reparadores”, del Cantar de los Cantares:
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
¡Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!
Monumento del poeta en la plaza de San Justo.
A finales del siglo XIX quedó sumido en la miseria, viviendo en ranchos con un mínimo ingreso que provenía del dinero que le generaban las publicaciones que aparecían en los medios. A pesar de su mal momento económico, no dejó de darle asilo a personas en situaciones de calle como los hermanos Gismano a quienes adoptó y lo acompañarían hasta su muerte.
Fue sabido su problema con la bebida, se dijo que decidió volcarse al alcohol para encontrar "inspiración" en sus versos y en el tiempo que batalló contra dicha adicción escribió El Misionero, La sombra de la patria, Trémolo, Vigilias amargas, En el abismo, Milongas clásicas, Confiteor Deo, Apóstrofe, Mater dolorosa, Seis sonetos medicinales, La inmortal, Dios te salve, Llagas proféticas. Sabiendo de la influencia que era para los jóvenes de la época logró sobreponerse para "no ser un mal ejemplo".
Pedro Bonifacio Palacios escribió bajo seudónimos, Almafuerte fue el más conocido.
Ya entrado el siglo XX y a pocos años de morir, la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires le otorgó un puesto para transformarse en traductor y bibliotecario de la Dirección General de Estadística. Por ese mismo cargo el Congreso Nacional Argentino le otorgó una renta vitalicia.
La casa donde vivió hasta sus últimos días en La Plata, hoy museo.
Sumido en depresión, el poeta falleció el 28 de febrero de 1917 en su casa de La Plata que hoy funciona como museo. La misma se encuentra en la Avenida 66 N°530, siendo declarada Monumento Histórico de la Ciudad, Provincia y Nación y donde se exhiben manuscritos, fotografías, dibujos, libros, periódicos, escritos sobre su obra, muebles y otros objetos que formaron parte de su vida.
Palacios en 1913.
A 167 años de su nacimiento, Almafuerte sigue vivo en sus prosas, en sus versos, en aquellos soñadores y valientes que se aferran a sus palabras para seguir adelante y ganarle a la adversidad. Ya lo dijo en uno sus poemas: "Si te postran diez veces, te levantas otras diez, otras cien, otras quinientas... no han de ser tus caídas tan violentas ni tampoco, por ley, han de ser tantas", enseñando con su vocación innegociable de docente que al final es el intentarlo a pesar de todo lo que determina de qué y para qué estamos hechos.
Por Yasmin Ali
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