El representante diplomático habló de varias sensibles cuestiones ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado chileno.
Rafael Bielsa, embajador argentino en Chile. Foto: NA.
En estas horas ha cobrado relevancia mediática un episodio que tiene como protagonista al embajador argentino en Chile, Rafael Bielsa, por un supuesto malestar que algunas de sus declaraciones habrían causado en el Gobierno transandino, al punto de que fue citado por la cancillería del vecino país para aclarar el supuesto entredicho.
Lo cierto es que el embajador habló ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado chileno y allí, como representante de la República Argentina dejó sentada la posición del país respecto de varios temas que hacen a la relación bilateral y, en simultáneo, respecto al tratamiento de asuntos que tienen que ver con ciertas miradas de periódicos chilenos sobre las Islas Malvinas y la vicepresidenta de la Nación.
Las expresiones de Bielsa trascendieron a la prensa chilena y alguno de esos medios consideró que nuestro embajador estaba entrometiéndose en asuntos internos de Chile, pero si se repasa su declaración ante el Senado se verá claramente que no es así.
Veamos: por un lado, el representante del estado argentino lamentó no haber sido informado de la decisión del Comité de Ministros de Gobierno de Chile de declinar la construcción de Dominga, un proyecto minero-portuario en la región de Coquimbo, que habría beneficiado como puerto, al cruce cordillerano de Agua Negra, en la provincia de San Juan.
En paralelo, Bielsa expresó su disgusto por no haber sido informado, antes de hacerse pública, de la decisión de Chile de ampliar su plataforma continental, siendo que dos días antes de ese hecho había compartido una con el entonces canciller Andrés Allamand.
Es evidente que no existió una supuesta intromisión del embajador argentino en asuntos del vecino país, sino que hizo lo que se le debe exigir a cualquiera de los representantes argentinos en el exterior, esto es defender los intereses argentinos con firmeza y sin ambigüedades, en la seguridad de que la mejor manera de construir una relación genuina entre ambos países es hablar con franqueza y transparencia.
También se observó cierto malestar contra Bielsa por haber defendido las Islas Malvinas y a autoridades argentinas, en particular a la Vicepresidenta. En el primer caso fue por haber pedido a un diario chileno que deje de llamar “Falklands a las Malvinas” y en todo caso las denomine ““Falklands/Malvinas”, ya que -advirtió- “esa es una herida para toda la Argentina”. En cuanto a Cristina Fernández de Kirchner, nuestro embajador destacó que “cuando se les falta el respeto a los distintos gobiernos argentinos, que es un fenómeno muy visible en la prensa, más que en los actores políticos, yo no puedo dejarlo pasar. No puedo dejar pasar que se le diga ‘chorra’ a la vicepresidenta de mi país”.
En ningún momento Bielsa se entrometió en asuntos internos chilenos ni le faltó el respeto al gobierno trasandino, circunstancia que quedó palmariamente clara y saldada luego de su reunión con el secretario General de Política Exterior de la Cancillería de Chile, Alex Wetzig.
Está claro, entonces, que amplificar el episodio que tuvo como protagonista a Bielsa, como si se hubiera tratado de un conflicto diplomático, es cuanto menos un dislate propio de alguien que ignora principios básicos de la diplomacia; o, peor aún, de alguien que busca medrar en su provecho, utilizando un hecho circunstancial y en perjuicio del interés nacional.
Quienes conocemos la tarea de Rafael Bielsa en nuestra embajada en Chile sabemos perfectamente de su invalorable tarea para afianzar los vínculos de países hermanos, con una profunda convicción en preservar, defender y resguardar la soberanía, dignidad e interés de la República Argentina allí donde le toque actuar.
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