En primera persona, el relato de quien estuvo a cargo del Poder Ejecutivo Nacional en diciembre de 2001.
Por Canal26
Lunes 20 de Diciembre de 2021 - 10:26
Ramón puerta asumió al frente del Poder Ejecutivo.
La siguiente nota de opinión fue escrita por Ramón Puerta para Infobae sobre los sucesos del 2001 a 20 años del estallido económico y social:
El 20 de diciembre de 2001 me desempeñaba como Presidente Provisional del Senado y en esa capacidad tuve oportunidad de participar como testigo privilegiado y protagonista directo de un suceso relevante de la historia reciente: la renuncia del Presidente Fernando de la Rúa y la organización de la sucesión constitucional.
Para ese entonces acumulaba en mi trayectoria una vasta experiencia como legislador. Ya había sido elegido diputado nacional en 1987, alcanzando una de las vicepresidencias de la Cámara de Diputados de la Nación. Paralelamente, en 1990 me designaron como Presidente de la Unión Parlamentaria Internacional, en la ciudad de Montevideo.
El pueblo de mi provincia me honró con la designación de Constituyente Nacional para trabajar en la reforma de 1994. Luego, por segunda vez en mi vida fui votado como diputado nacional en 1999. Deje esa banca cuando en octubre de 2001 obtuve con los votos de mis comprovincianos en 2001 una banca como senador, siendo votado por mis pares como Presidente Provisional del Senado, como señalara más arriba.
Para ese entonces, yo había sido durante ocho años gobernador de Misiones (entre 1991 y 1999) y desde el ejecutivo provincial junto con quienes habían sido mis colegas, los gobernadores Juan Carlos Romero, Adolfo Rodríguez Saá y Néstor Kirchner habíamos fundado el Grupo Federal que nucleaba a las llamadas “provincias chicas”. Con ello buscábamos equilibrar el peso de “las tres más grandes” y cumplir con mejor desempeño el mandato constitucional de un país auténticamente federal.
Volviendo a esos días nefastos, yo había llegado de Misiones el miércoles 19 al mediodía y desde mi casa escuché al Presidente hablar por televisión. Esa misma noche, estando en la ciudad de Buenos Aires yo había podido contemplar en la calle el enojo y las protestas de la clase media. había renunciado el ministro de Economía Domingo Cavallo, con quien yo había tenido una excelente relación cuando me desempeñé como gobernador de mi provincia, y con quien aún hoy conservo una valiosa amistad.
El jueves 20 estaba muy preocupado e inquieto y había comenzado muy temprano con los lógicos contactos políticos. Esa tarde yo era consciente de las dificultades que atravesábamos. Ya desde el día anterior habíamos visto, como dije, cacerolazos, protestas y disturbios muy violentos. A las 18 horas, viajé hacia San Luis, donde había una reunión de gobernadores del peronismo, convocada con anterioridad a este cuadro de situación. Así fue que el jueves 20 de diciembre de 2001 me subí a un avión como presidente del Senado y aterricé como Presidente de la Nación. En el transcurso de la hora y media en la que yo volaba hacia Merlo (San Luis) Fernando de la Rúa había renunciado a la Presidencia de la Nación.
Si bien los días 17, 18 y 19 se habían registrado saqueos de supermercados en el Gran Buenos Aires. Ante el desborde de la situación, De la Rúa decretó el Estado de Sitio ante el estado de conmoción interior. Pero aquella noche se formó una concentración popular en la Plaza de Mayo que exigió la renuncia de Cavallo y de la Rúa. Pese al estado de sitio, la población se manifestaba en las calles, lo que demostró el clima de vacío de poder y de autoridad que reinaba en esas horas. Recién el día 20 me di cuenta de que la renuncia del Presidente era una posibilidad real. Pero creo hasta el día de hoy que la actitud de De la Rúa fue una equivocación. Por eso lo llamé inmediatamente, apenas después de escucharlo por televisión.
Le dije entonces: “Presidente, no renuncie. Yo le garantizo que nosotros le vamos a votar todas las leyes que necesite”. Y a libro cerrado. Y le pedí que le dijera al país qué leyes eran necesarias y que nosotros lo íbamos a apoyar. Le adelanté que estaba por volar a San Luis. De la Rúa me preguntó a qué hora estaba convocada la reunión de gobernadores. Le dije que la misma terminaría a las nueve de la noche y que en ese momento él iba a tener el acuerdo del peronismo para garantizar la aprobación de las leyes que el Ejecutivo requería en ese momento tan delicado. El Presidente me dijo algo que aún hoy no puedo olvidar. Me dijo “va a ser muy tarde, va a ser de noche”. Esa frase me hizo pensar que realmente algo le sucedía. Algunas personas cercanas a De la Rúa me confesaron que su ánimo estaba muy deteriorado desde hacía varios meses. Me contaron de Casa Rosada que él estuvo mirando tres horas seguidas el horizonte y cuando entró el sol se produjo la renuncia, la que me envió a mí, escrita de puño y letra, en mi carácter de titular del Senado.
Lo cierto es que cuando yo aterricé en Merlo, un colaborador me informó que el Presidente había presentado su renuncia. Al caer la noche, después de una jornada cargada de violencia, en la que se produjeron unas treinta muertes y tras hacer un llamado tal vez tardío para formar un gabinete de unidad, Fernando de la Rúa presentó su renuncia. Rodeado de unos pocos colaboradores, De la Rúa redactó su renuncia -dirigida a mi como titular del Senado- de puño y letra, por sugerencia de su canciller Adalberto Rodríguez Giavarini quien le advirtió que la nota se transformaría en una pieza histórica. El texto de la dimisión era el siguiente:
“Señor Presidente Provisional del Senado, Ingeniero Civil Federico Ramón Puerta: Me dirijo a usted para presentar mi renuncia como presidente de la Nación. Mi mensaje de hoy para asegurar la gobernabilidad y constituir un gobierno de unidad fue rechazado por líderes parlamentarios. Confío que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República. Pido por eso al honorable Congreso que tenga a bien aceptarla. Lo saludo con mi más alta consideración y estima y pido a Dios por la ventura de mi patria. Fernando de la Rúa”.
La dimisión de Fernando de la Rúa activó el mecanismo de la Ley de Acefalía, dado que poco más de un año antes había renunciado el vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez, generando un vacío y una evidente pérdida de poder en la Alianza gobernante.
Fue entonces cómo comenzaron las setenta y dos horas en que estuve a cargo del Poder Ejecutivo Nacional. El día 21 regresé a Buenos Aires. Debería haberlo hecho la noche anterior, pero un frente de tormenta lo impidió, de modo que pasé las primeras horas de mi breve Presidencia durmiendo en una localidad puntana. Recuerdo que apenas llegué a la Casa de Gobierno, el día 21, me encontré con el ex Presidente del gobierno español Felipe González (1982-1996) con quien años más tarde trabé amistad, cuando me desempeñé como embajador en Madrid durante el gobierno de Mauricio Macri. Aquel día Felipe tenía audiencia con De la Rúa y venía a reafirmar el apoyo que España nos había dado, a través de enormes inversiones durante los años 90. Pero Felipe había venido a reunirse con un Presidente y terminó reuniéndose con otro. Así eran las cosas en aquellos días de vértigo.
En tanto, debí ocuparme de las dos tareas que me esperaban. Por un lado, tenía que convocar a la Asamblea Legislativa, para que ésta en el plazo de tres días eligiera a uno de sus miembros o a un gobernador de provincia, para reemplazar al Presidente de la Rúa, cuyo mandato vencía el 10 de diciembre de 2003. Y por otro lado tenía que gobernar la Argentina.
De inmediato, formé un pequeño equipo de gobierno. Entre otros, convoqué a Humberto Schiavoni (Jefe de Gabinete), Miguel Ángel Toma (ministro del Interior y de Defensa), Jorge Capitanich (Acción Social) y Oscar Lamberto (Economía). En todo momento tuve en cuenta que había que demostrar al mundo que las instituciones argentinas estaban consolidadas y que el camino iniciado en 1983 no se había interrumpido. Se cumplió plenamente con lo dispuesto por la Constitución y las leyes. Estoy agradecido a Rodríguez Giavarini por haber aceptado mi pedido de continuar al frente de la Cancillería. La misma actitud tuvo Enrique Olivera -un caballero que era presidente del Banco Nación y quien continuó en su puesto. Lo mismo que el titular del Banco Central, Roque Macarone, a quien ratifiqué. Esos funcionarios de De la Rúa a mi me fueron muy útiles. Con ellos pudimos cargar los cajeros automáticos y con eso pudimos pacificar al país en esos días tan complejos.
Y el día 23 le puse la banda y le di el bastón a Adolfo Rodríguez Saá quien fue elegido por la Asamblea Legislativa, de acuerdo con el procedimiento establecido por la Ley de Acefalía. La crisis del 2001 dejó una importante lección que merece ser destacada y estudiada en profundidad, evitando las conclusiones capciosas y apresuradas. Y que tiene que ver con la fundamental importancia que tienen los partidos políticos, una institución imprescindible del orden democrático.
A mí me tocó manejar una crisis con partidos políticos que funcionaban, yo con dos llamados telefónicos conseguí los votos necesarios para que Adolfo Rodríguez Saá sea presidente. Menem y Duhalde. Luego, en la segunda crisis, desatada una semana después, hicimos un tercer llamado y lo incluimos a Raúl, Alfonsín: y así se armó el gobierno.
Hoy, transcurridos veinte años las instituciones argentinas están muy debilitadas, los partidos políticos muy jaqueados y la política es repudiada por grandes porciones de la ciudadanía. Todo ello constituye un cóctel muy peligroso para la salud de la República. Pero eso sería tema de otras reflexiones que exceden el marco de este testimonio y lo dejo para otra ocasión.
Fuente Infobae
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