El exembajador argentino en China, Luis María Kreckler, fue sacado por la "ventana" en términos nada auspiciosos. Su caso no es el único: varios embajadores de carrera fueron "convencidos" para retirarse antes de tiempo. Detrás estaría el manejo hábil de la Cámpora.
Por Canal26
Lunes 28 de Diciembre de 2020 - 16:00
Luis María Kreckler.
Desde el pasado mes de octubre, comenzó a darse una situación inocultable en el seno mismo del Gobierno argentino. Una grieta impensada hasta entonces, pero que lejos de ser un mensaje lanzado por opositores, se daba desde adentro. El 26 de octube, Cristina Kirchner hizo pública su carta en la que denunciaba que en la Administración de Alberto Fernández hay “funcionarios que no funcionan”.
Sus dichos, lejos de pasar inadvertidos, generaron un verdadero temporal, mucho más cuando la vicepresidenta sostuvo abiertamente (redoblando su apuesta) que muchos (ministros del Gobierno) tendrían que “ir buscando otro laburo”.
En ese contexto, el Presidente Alberto Fernández decidió mover sus fichas y convocó a la Quinta de Olivos a varios incondicionales, como una clara muestra de quiénes eran sus protegidos. De entre tantas presencia, sin embargo, una ausencia llamó la atención: la de Luis María Kreckler.
Los Kreckler dedicados a la diplomacia argentina son tres hermanos, todos muy profesionales y ciertamente reconocidos en ámbitos diplomáticos. Esta jerarquía, fundamentalmente la de Luis María Kreckler (el desplazado embajador argentino ante China, como consecuencia de la trunca negociación por la vacuna contra el covid-19) queda plmariamente demostrada en el artículo que Andrés Cisneros (ex vicecanciller argentino) realizó en exclusiva para Infobae, en donde profundiza acertadamente sobre la complicada situación.
Dijo Cisneros en su nota: "Kreckler no necesita que lo defiendan y no voy a hacerlo. A la Cancillería argentina y el respeto a las instituciones, sí: un país cuyo gobierno se tropieza a cada rato con sus propios pies, no despierta el respeto del mundo. Culpar a Kreckler por la falta de éxito en la adquisición de millones de vacunas supone una crasa ignorancia de las prácticas internacionales: los embajadores proceden con las instrucciones que reciben de sus cancillerías, que son las verdaderas responsables finales del éxito o fracaso. Sólo como ejemplo: la muy seria ANMAT aprobó la vacuna de Pfizer/BioNtech pero nuestros gobernantes compraron la china siendo que no contaba con la misma aprobación. Y si mejor cerramos a la ANMAT?
Y continúa Cisneros: "Sugiero al lector que no tome por cierta la bobada de que nuestro embajador en China se fue a tomar sol a una isla paradisíaca, desatendiendo sus obligaciones para adquirir vacunas contra el Covid 19. De esos papelones se encargan en exclusiva, todos los días, los altos funcionarios en Buenos Aires, que en materia de turpitud no toleran competencia. Por el contrario, durante ese período –como se hace en la diplomacia de todo el mundo- Kreckler remitió once cables que nuestro ministro de relaciones exteriores parece que nunca contestó, probablemente prefiriendo que la burocracia de ese organismo público tratara el tema directamente con el segundo de la embajada, por ahí un señor lleno de cualidades, ninguna que incluyera la experiencia diplomática necesaria pero que revista, sanguinis causa, en la dinastía real patagónica que supimos conseguir".
Vale mencionar que Kreckler no es uno más. El diplomático habla al menos cuatro idiomas de manera muy fluida, aunque no habla el mandarín; en tanto que su reemplazo, Sabino Vaca Narvaja, también según el artículo de Cisneros en Infobae, "pudo haber conformado con su jefe un sólido equipo, desde que según se dice puede expresarse en algún grado elemental de esa lengua, situación frecuente que, de resultar cierta, se reputa universalmente como una comodidad en las negociaciones, mas no una causa suficiente como para cambiar a un embajador de carrera por un civil sin experiencia comparable. Lo saben bien los embajadores políticos que, cuando no los envían a países de habla hispana, se proveen de segundos que puedan hacerlo en los idiomas locales o, en su defecto, en inglés, la segunda lengua más extendida en Argentina que en el resto de América Latina".
Sabino Vaca Narvaja junto a Kreckler. Foto: NA.
Lo sucedido con Kreckler deja expuesto un curioso trasvasamiento entre lo que sucede en el Gobierno y lo que pasó en la embajada argentina en China: en la Administración local, la vicepresidenta es una figura con más peso que el primer mandatario, y eso se replicó en la delegación diplomática argentina en Biejing.
Sobre estas cuestiones sigue planteando Andrés Cisneros en su artículo: "En nuestro todavía llamado Ministerio de Relaciones Exteriores, el estudio del mandarín y los idiomas orientales viene propiciándose desde los gobiernos de Alfonsín y Menem, por lo que ya se debiera contar con suficientes diplomáticos de carrera para cubrir esa demanda meramente instrumental, útil pero no terriblemente esencial".
Y continúa Cisneros en su nota para Infobae: "Si resulta irrelevante que nuestro canciller no hable inglés, por qué debiera exigirse que Kreckler hable mandarín? Nuestros embajadores con jurisdicción en países como Japón, Suecia, Dinamarca, Rusia, Noruega, Corea, Bulgaria, Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia, Turquía, Armenia, Arabia Saudita, Israel, Jordania, Grecia, Hungría y un muy largo etcétera, no viajaron sabiendo necesariamente sus idiomas nacionales de antemano, negocian por lo general en inglés y homenajean al país anfitrión adquiriendo paulatinamente los rudimentos de la lengua local".
En este contexto, también es de destaque el caso de Diego Guelar, el antecesor de Kreckler en su puesto, que -tal como escribió Cisneros- "viene de desempeñarse cuatro años de manera nunca objetada por ausencia inicial del mandarín y acaba de manifestar que la defenestración de Kreckler “es para encontrar un chivo expiatorio para el fracaso del gobierno.” En cuanto al actual canciller, me tocó viajar al exterior en algunas misiones diplomáticas y comerciales cuando el ingeniero agrónomo Felipe Solá se desempeñaba entusiastamente como alto funcionario de Carlos Menem y me consta que no es un negado en inglés, se comete una inexactitud afirmando lo contrario. Se las está arreglando empeñosamente por su propia cuenta para pasar como un canciller bueno o malo con independencia de su frecuentación de las aulas de ICANA".
Luego agregó Cisneros en Infobae: "Paradojas de la historia, algún canciller soviético no hablaba una palabra de inglés y el mismo gobierno argentino que mantenía funcionando a dos embajadores en Beijing lleva meses sin designar ninguno en Moscú, donde una de los últimas negociaciones estratégicas correspondió a la pretensión de instalar un ascensor en la embajada argentina, algo vedado por la condición histórica del edificio. El final de una carrera diplomática, en el mundo entero, supone un retiro con los debidos reconocimientos y una salida honrosa del servicio público. En Venezuela, Nicaragua, Cuba o Irán, nuestros flamantes amigos, me parece que eso no pasa. En cambio sí sucede en muchísimos otros países, donde se practica la vida republicana y la decadente costumbre de respetar la división de poderes, que nuestra vicepresidente propone cambiar porque data de 1789, demasiado tiempo. Muchachos, esto es Harvard".
La coyuntura y lo que se da tras bambalinas del poder, indicarían que la salida de Luis María Kreckler no se da en buenos términos. Y lo notable es que, como sigue Cisneros en su artículo, "no estará solo: ya son muchos los embajadores de carrera a los que se los convence de la conveniencia de jubilarse de manera temprana, dejando espacio a algún producto de la incubadora de la Cámpora en que se va convirtiendo el todavía así llamado Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto. Tal conducta perjudica gravemente a la imagen del país y funciona como un bumerán: termina perjudicando a la mano autoritaria que lo ejecuta. Si en algún momento no lo paraban al pobre diablo al que le encargaron asentar las inconductas atribuidas a Kreckler en la resolución de su relevo, Luis terminaba imputado también por el asesinato de Kennedy".
Así mismo, refuerza su idea Cisneros, y se aventura a decir que "no existe una buena política exterior que no guarde relación con las características de la política interior. Y como la cancelación de la meritocracia nos ha liberado de la pesada carga de reclamar idoneidad a los nuevos funcionarios antirrepublicanos, un mínimo de coherencia permite observar que ese fenómeno se replica, por ejemplo, en las circunscripciones electorales de la provincia de Buenos Aires, donde los intendentes perciben alarmadamente cómo las huestes de la Cámpora apuntan a reemplazar, -como a Kreckler y tantos otros en Cancillería- a los candidatos tradicionales que surgen de la política local. La expansión cariocinética no reconoce límites y siempre se puede contar con que, mientras México, Chile o Costa Rica ya vacunan y se aseguraron millones de dosis, nuestro gobierno solo puede exhibir a Víctor Hugo Morales despidiendo a un simple vuelo de carga con una épica digna de San Martín cruzando los Andes".
La situación dada con la embajada argentina en China, es eso mismo que desean las grandes potencias mundiales. Esto es, que los países restantes tengan una agitada política exterior, con sobresaltos, con detalles enormes a pulir. Es el modo en que consiguen sacar ventaja, como dice el refrán: a río revuelto, ganancia de pescadores. Y la política exterior y la diplomacia argentinas, ciertamente que están "revueltas" en los días que corren.
Lo patético del caso sigue siendo filosamente analizado por Cisneros en su artículo. Dice Cisneros: "Un gobierno que envía un embajador en junio y lo cambia en diciembre disgusta al Estado anfitrión y confirma la sospecha mundial de que lo que lo que hasta hace poco en el Palacio San Martín funcionaba era un ministerio, tiende aceleradamente a convertirse en una agencia de colocaciones que premia a la militancia en desmedro de la idoneidad, y con éxito llamativo: en 1999 contaba con unos ochocientos empleados y hoy se calculan cuatro veces más. Y en el exterior, disminuyen los nombramientos de profesionales y aumentan los de militantes. Gramsci la tenía clara".
Y agrega: "El cambio de un embajador que no satisface a sus superiores es cosa que sucede en todas partes. Lo que denuncia la madurez son las maneras. Proceder a un despido altamente promocionado de una forma más propia de un capataz de estancia es mirado con vergüenza ajena por la opinión pública local y del mundo. Culpable o inocente, Kreckler no es la única víctima en este entuerto: ¿cuánto vale ahora la figura de un embajador argentino en el exterior? El daño se le ha causado al cuerpo profesional de diplomáticos argentinos, al Servicio Exterior de la Nación, a la capacidad de esta Cancillería para resolver crisis y la entera imagen del país en el exterior. Igual que actividades otrora admiradas, como la docencia o la magistratura, la carrera diplomática se degrada velozmente en dirección a un mero remanso laboral, sin grandes exigencias, con estabilidad permanente y el atractivo disfrute de un estatus glamoroso. Es esa incapacidad para el éxito difícil lo que facilita los peores dislates".
Finalmente, la perfecta pintura sobre el caos derivado de la crisis en China de parte del Gobierno argentino y su embajada, quedará resumida por Cisneros en estos términos: "Basta con leer los diarios. Solo se requiere una remera del Che Guevara y agitar cada tanto contra el sistema. Falta un Florencio Sánchez que reescriba M’ hijo el dotor. En una actividad donde se condecora como reconocimiento al deber cumplido, Kreckler y los diplomáticos que le seguirán seguramente ya lo saben: ser despedidos de esta manera puede causar una amargura inmediata, pero constituye la mejor cucarda que habrán recibido en toda su vida".
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