Hace 20 años, Julio Aquines apuñaló a tres chicos en Río Negro. Los forenses sostienen que los asesinatos fueron para igualar otros crímenes cometidos en Cipolletti y obtener notoriedad.
Por Canal26
Lunes 24 de Septiembre de 2018 - 11:50
Para conocer esta dramática historia, hay que retroceder en el tiempo y llegar hasta las 8 de la noche del 14 de noviembre de 1998, en la localidad de Colonia Valentina Sur, en la costa del río Limay. En ese lugar había dos niños que estaban en el agua mientras que otros tres tomaban mate tranquilamente en la orilla cercana, donde habían encendido un fogón.
Fue allí donde de repente vieron que se acercaba un hombre al que sin duda identificaron como alguien que estaba alcoholizado. No se equivocaban. Se trataba de Julio Aquines, de 25 años de edad.
De inmediato, el hombre los apuró: “¿Qué están haciendo acá? ¡Acá no pueden estar porque es propiedad privada!”. Los niños que se encontraban en el agua salieron enseguida.
“Ya nos vamos...”, le dijeron sin hacerle problemas. Pero el recién llegado replicó: “¡Ahora no se van nada!”, tras lo cual sacó una pistola de juguete que llevaba en la cintura y le dio una trompada a Cayetano Correa, que por entonces tenía 17 años de edad. Entre tanto, los dos más chicos, de 11, se largaron a llorar angustiados por la inesperada situación.
Pero el drama no terminaría allí, sino todo lo contrario: el hombre los obligó a todos a caminar un kilómetro por la orilla del río Limay con dirección a la localidad de Cipolletti y al rato les dijo que paren. Obligó a cuatro de ellos a tirarse al piso boca abajo y eligió a uno de los más chicos, Carlos Urrúa, da modo de improvisado e involuntario ayudante.
Le ordenó que les sacara las zapatillas y los cordones a los chicos y los ató con los mismos cordones. Fue cuando le dijo a Urrúa que se tire al piso. Acto seguido, lo apuñaló 11 veces por la espalda. Fue donde estaba Claudio Painebilú, el otro nene de 11 años, y también lo apuñaló. A los tres más grandes, Carlos Trafipán, de 16, y los hermanos César y Cayetano Correa, de 14 y 17, les propinó varios puntazos en la nuca y terminó degollándolos. Incluso, uno fue violado.
Los hermanos Correa se quemaron mientras estaban con vida. Carlos Trafipán ya había muerto. A los dos nenes que había atacado previamente, los dio por muertos aunque todavía estaban vivos. Cuando Aquines se fue del lugar, los chicos llegaron como pudieron a la ciudad.
Aquines fue a su casa y luego a bailar con su novia; pero la policía lo estaba aguardando a su regreso, el 15 de noviembre. Los dos sobrevivientes lo habían identificado y el asesino había dejado sus huellas dactilares en varios lados.
La historia de la vida de Aquines es muy triste. Su madre, Graciela Esther Lara, le daba Valium a los dos años molesta por su llanto. Leugo empezó a inhalar pegamento desde los ocho años, mientras que los 10, su padre, Daniel Enrique Aquines, lo sacó de su casa diciendo que no lo podía mantener y que además no lo toleraba más porque se peleaba mucho con sus hermanos.
A los 12 años de edad ya era alcohólico y después tuvo al primero de sus siete hijos. Al cumplir 17 ya había intentado suicidarse cinco veces. Fue violado en la calle. La madre le pedía a los jueces de menores que lo dejaran preso. “Estábamos esperando algo así; yo sabía que me lo iban a traer muerto o lo iban a meter preso por algún desastre”, dijo alguna vez su madre.
Casi un año antes se descubrieron en Cipolletti los cuerpos sin vida de tres chicas, María Emilia González y Verónica Villar (el caso nunca se resolvió). Cuando se produjo el juicio de Aquines, los forenses han dicho que los asesinatos de los chicos fueron un intento del acusado por igualar aquella atrocidad de Cipolletti, no por la atrocidad en sí misma, que para Aquines no habría significado gran cosa, sino por la repercusión.
Fue finalmente condenado a perpetua en 1999 y nunca jamás nadie le creyó que sintiera el más mínimo remordimiento alguno. Todo lo contrario. El mismo asesino se presentó de esta manera: “Julio Aquines, el que mató a los tres nenes en el Limay”.
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