Carlos Menem.
La siguiente nota de opinión fue publicada por Rodolfo Carlos Barra para Infobae:
El 14 de febrero de 2021 nos dejaba el presidente Carlos Menem, aunque no para una ausencia total (sin perjuicio de que nos veremos, por la misericordia de Dios, en la plenitud de la comunión de los santos, entendiendo que “santos” son todos aquellos que han amado y hecho el bien al prójimo) ya que permanece y permanecerá entre nosotros su legado y enseñanzas de “buen gobierno”.
La expresión “buen gobierno” refiere a la conducción sabia y prudente de los asuntos de la comunidad política, del Estado, siempre en persecución del bien común.
La conducción política debe, primero, estar impregnada de sabiduría, la que no necesariamente es un conocimiento científico, sino la adaptación del propio juicio a la verdad y al bien. “La única verdad es la realidad” decía, con acierto, Perón, mentor de Carlos Menem y experto en conducción política. Precisamente la verdad importa el ajuste del juicio a la realidad de las cosas, es el “discernimiento”, del que nos habla Francisco, operación del intelecto (discernir) que nos permite primero valorar y luego actuar (el fin es primero en la intención y último en la ejecución, enseñaban los escolásticos).
Actuar con sabiduría es actuar con justicia, porque, como lo señalé arriba, supone un ajuste, una cierta igualdad, entre lo decidido y lo necesario. ¿Lo necesario para qué, o para quién? Para cada uno de nosotros, para los representados, que por ello somos los mandantes, los que mandan. El bien común es el bien participado en cada uno de nosotros, en cada uno de los individuos concretos que son parte de la comunidad política, que así se eleva a la categoría de “comunidad organizada” (otra enseñanza de Perón). Por eso, por su apertura al bien del prójimo, la conducción política es un acto de amor (que no admite ni la venganza ni la persecución, como lo enseñó Menem con propios ejemplos de vida). “Caritas in veritate”, “La Caridad en la verdad”, es el tema de una extraordinaria encíclica de Benedicto XVI. La verdad en y para el bien de prójimo, y, en política, a través del bien de la comunidad organizada.
Todas las virtudes deben estar influidas por la caridad (que es la virtud de las virtudes), pero también todas tienen que estar “medidas” por la virtud de la prudencia, que nos permite en cada caso, actuar la verdad y la justicia conforme con las circunstancias; también aquí, actuar con discernimiento. La prudencia es la virtud principal del conductor político, lo que hace que la acción movida por la verdad, la justicia y la caridad no produzcan un mal en lugar de un bien, un resultado injusto en lugar de un resultado justo: la reivindicación de la soberanía argentina en las Islas Malvinas es un acto de justicia, nuestras razones son verdaderas y motivadas por una forma excelente de caridad como lo es el amor por la Patria (y ahora por nuestros muertos en las Islas) pero la acción bélica de 1982 fue imprudente.
Menem fue un conductor sabio y prudente. Pensemos en la gran revolución, el “new deal” (o “nuevo acuerdo”) que el gobierno de Menem significó para las relaciones entre la Sociedad (lo privado) y el Estado (lo público). Existe una suerte de límite que “discierne” entre las competencias de la Sociedad y las del Estado, limite que viene determinado por el principio de subsidiariedad, según el cual las sociedades mayores (en este caso, el Estado) no deben hacer aquello que las sociedades menores (en este caso la Sociedad) pueden y deben hacer. Su inversa también es correcta: el Estado debe cumplir con aquello que la Sociedad no puede o no debe realizar, a la vez que, como también lo enseña Francisco, ambas, Estado y Sociedad, debe actuar de conformidad con el principio de solidaridad.
Por estas razones asocié la política menemista con la conducida por el presidente Roosevelt en Estados Unidos, durante la década de 1930. Para enfrentar a la gran crisis económica, Roosevelt construyó la política del “New Deal” entre el Estado y la Sociedad, que consistió en “correr” el límite de la subsidiariedad para otorgarle más competencias al primero. La magnitud de la crisis exigía una presencia mayor del Estado para realizar todo aquello que la Sociedad, precisamente a causa de la crisis, no estaba en condiciones de encarar.
Memen, en 1989, se encontró con otra tremenda crisis, en este caso motivada por la obesidad estatal. Un Estado gordo y fofo, de dimensiones extraordinarias pero de total debilidad “muscular”, empresario de todo pero siempre fallido, quebrado, destructor de la moneda y del bienestar de los asalariados, regulador omnipresente e inútil. Con sabiduría y prudencia Menem “corrió” el límite de la subsidiariedad en favor de la Sociedad. Y la Sociedad (que en ese momento, a diferencia de la situación norteamericana de 1930, estaba en condiciones de afrontar el desafío) respondió, produciendo la mayor revolución económico-social experimentada en nuestro país desde la mitad de los 50′ en adelante. Un Nuevo Acuerdo, que trajo estabilidad económica, inversión, trabajo, confianza. Fue una decisión política fundada en la sabiduría y la prudencia de un conductor democrático, respetuoso de la Constitución y, especialmente, de los derechos en ella consagrados.
La utilización de la figura del New Deal no es antojadiza. La línea-límite de la subsidiariedad no es un dato fijo e inamovible. Su marcación exitosa depende de la sabiduría y prudencia del gobernante, de su capacidad de interpretar “los signos de los tiempos”, su libertad mental con relación a cerrojos ideológicos y, por supuesto, su capacidad de conducción. Los mejores programas fracasan rotundamente cuando son implementados por malos gobiernos, por la inoperancia, las dudas, las incertidumbres del conductor. Quizás fue esto lo que nos sucedió en el ciclo 1999/2001, para luego asistir un permanente empujar a la línea subsidiaria hacia los terrenos más propios de la Sociedad, no siempre con la debida sabiduría y prudencia.
De todas maneras, la pandemia está dejando como secuela la necesidad de una fuerte presencia estatal en la vida económica. Debería tratarse de una situación excepcional, para, según las circunstancias, devolver a la Sociedad todo aquello que ésta sabe gestionar mejor, con mayor iniciativa, con la creativa libertad del mercado, como sucedió en EEUU a partir de los 50′ cuando las circunstancias cambiaron (también en nuestro país, a partir de 1952, para luego ser frustrado por el golpe militar). En definitiva, el límite intervencionista no se corre sólo en lo económico; una vez vivida esta experiencia no siempre será posible resistir a la tentación de avanzar sobre otras libertades, estrujando el campo de la Sociedad en porciones cada vez más pequeñas. Esto es el mal gobierno.
Me permito este recuerdo de Carlos Menem. No podré asistir a la Misa que en su memoria y sufragio se celebrará en nuestra Iglesia Catedral el 14 de febrero a las 18 hs. Pero en ese momento, como en tantos otros, estaré junto a mis compañeros rezando por su alma. Y, porque no, para pedirle al Señor (con la persistencia de la viuda del Evangelio) que repita la gracia de darnos otro conductor como Carlos Menem. Ciertamente que lo necesitamos.
Por Rodolfo Carlos Barra, ex Juez de la Corte Suprema de Justicia, Convencional Constituyente 1994, Profesor Titular de Derecho Constitucional y de Derecho Administrativo.
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