La perspectiva de un cambio de gobierno traía consigo la esperanza de una consecuente estabilización que podría influir en los países americanos e incluso en actores extrarregionales, como China.
El pasado 28 de julio se llevaron a cabo elecciones presidenciales en Venezuela. A diferencia de procesos electorales anteriores, había sobre este último cierta expectativa motivada, por un lado, por las negociaciones que durante meses entablaron oficialismo y oposición para acordar la realización de elecciones transparentes y competitivas; por otro, por la renovada presión de actores externos para llegar a un resultado que diese un ganador legítimo; por último, porque a pesar de que el gobierno de Nicolás Maduro obstaculizó la carrera de la oposición, proscribiendo por ejemplo a su candidata más competitiva, esto no hizo mella en la carrera electoral opositora, que designó nuevo candidato, uno que no pudiese ser vetado, y mantuvo la unidad.
Por primera vez en mucho tiempo parecía que podía haber un cambio de gobierno en Venezuela, pero la esperanza de quienes esperaban un nuevo gobierno se convirtió en enojo y frustración apenas se anunciaron los resultados a manos del Consejo Nacional Electoral, que dio ganador a Maduro con el 51% de los votos, sin mayores pruebas que sustentaran lo dicho. Como era de esperar, son pocos los que creyeron los números dados por el órgano paraoficial. Algunos Estados salieron a hablar de fraude, otros pidieron ver las actas –o pruebas que confirmen la veracidad de los números-, mientras unos pocos felicitaron a Maduro y aceptaron el resultado.
De ahí en más parece haberse desatado un espiral de violencia de resultado incierto que tiene relevancia geopolítica para la región. Veamos por qué.
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La perspectiva de un cambio de gobierno traía consigo la esperanza de una consecuente estabilización de la situación en Venezuela. Ello, acompañado por la quita de sanciones y el probable refuerzo sobre la actividad petrolera para tratar de llevarla a los niveles de producción que alguna vez supo tener, podría producir un efecto no solo para los habitantes mismos del territorio venezolano, si no para los países americanos e incluso actores extrarregionales, como China.
Y es que, para Beijing –a pesar de haber felicitado a Maduro-, serían buenas noticias un gobierno libre de sanciones en condiciones de volver a explotar la industria petrolera venezolana en todo su potencial. Estados Unidos, por diversas razones, no podría comprarle a Caracas toda la cuota de petróleo que compraba hasta los últimos tiempos de Hugo Chávez, por lo que China sería un potencial gran comprador de los hidrocarburos venezolanos.
Y eso era lo que intentaba hacer hasta que estalló todo desde los primeros años de Maduro, con quien de hecho los chinos han debido dar por perdidas multimillonarias inversiones producto del paupérrimo estado político, económico y social de Venezuela, fruto de la combinación de malas decisiones del gobierno venezolano, junto con las sanciones impuestas desde afuera que le impidieron exportar el único bien por el que ingresan los dólares que podrían ayudar a la recuperación económica del país.
Otro gran ganador ante la perspectiva de una victoria opositora sería Brasil. Por lo pronto, habría un nuevo gobierno venezolano poco interesado en proseguir su disputa con Guyana, aliviando la tensión en la frontera norte brasileña. Zona rica en recursos sobre la que se intenta avanzar en obras de infraestructura que permitan su extracción de forma eficiente y en la que, habiéndolo mencionado, China también está interesada. En caso de conflicto, sería difícil construir obras de infraestructura y logística.
Por otro lado, los vecinos de Venezuela en la región también verían con buenos ojos un cambio de gobierno que pudiera mejorar la situación del país, y logre revertir el masivo proceso migratorio que llevó a millones de venezolano a diversos países sudamericanos. Es cierto, algunos recibieron a unos pocos miles, pero aquellos que recibieron migrantes en grandes cantidades no cuentan con las mejores capacidades para incorporarlos a todos, más allá de la buena voluntad y sentido humanitario que tengan.
El caso contrario, el que por el momento pareciera prevalecer, es el de un Maduro que continúe al poder y que hace de Venezuela un foco de conflicto y desestabilización regional, cosa que ya puede verse en el agravamiento de sus relaciones con buena parte de los países de la región. La situación en Venezuela hoy es caótica y es difícil predecir qué curso tomarán los acontecimientos. Si las protestas continúan, aumentando el número de muertos a medida que aumente la represión, ¿Excederá el conflicto las fronteras venezolanas?
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