El matrimonio financiero llegó a su fin después de medio siglo, con muchos aspectos por analizar. Cómo surgió el acuerdo y cuál es la estrategia de Beijing para aprovechar la ruptura saudí con EEUU.
Una noticia relevante que pasó por alto, en medio de las continuidades bélicas en Ucrania y Gaza, fue la referida al final del histórico acuerdo del Petrodólar, firmado por Estados Unidos y Arabia Saudita en 1974.
El acuerdo, auspiciado por el secretario de Estado de los Estados Unidos en aquel entonces, Henry Kissinger, apuntó a solidificar las bases del dólar estadounidense como divisa. Recordemos que tan solo unos meses antes, Estados Unidos había abandonado el patrón oro lo que generó que su divisa tuviera que buscar nuevos respaldos.
En ese sentido, Kissinger leyó que, tras la crisis de petróleo de 1973, el crudo se convertiría en el oro negro de los mercados y, en consecuencia, trazó una alianza con el país que mayores reservas de petróleo poseía en aquel entonces y cabeza de la OPEP (bloque que agrupa a los productores de petróleo): Arabia Saudita. En junio de 1974, Kissinger viajó a tierras saudíes y selló un importante acuerdo con la monarquía de ese país.
El acuerdo original contemplaba que Arabia Saudita vendiera petróleo a cualquier país del mundo, pero que lo hiciera aceptando solamente dólares estadounidenses. De esta manera, el dólar conseguía un nuevo sustento como divisa, en su utilización comercial masiva para la compra de un insumo básico para múltiples países desarrollados del mundo. A cambio, el reino saudí recibiría inversiones de capital estadounidense y, lo más importante, asistencia y tutela militar de los Estados Unidos en una región convulsionada como es el Medio Oriente.
Este acuerdo explicó, en buena medida, la credibilidad financiera del dólar como divisa de uso masivo, al mismo tiempo que le permitió a Estados Unidos desembarcar, sin lanzar un disparo, en el Medio Oriente. Décadas más tarde, Arabia Saudita sería una de las piezas claves e indispensables para las incursiones estadounidenses sobre Irak en 1991 (Operación Tormenta del Desierto) y 2003 (Operación Libertad), y sobre un sinfín de otras participaciones de Washington en el Medio Oriente.
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El ascenso de China como superpotencia en términos económicos y tecnológicos es algo que nadie, siquiera en Washington, negaría. Esa lectura también fue hecha por el mundo árabe en general que, luego de las intensas y activas participaciones de Estados Unidos en la región, ha intentado alcanzar nuevos equilibrios para poder prosperar como región. En ese sentido, China representó, al menos desde el vamos, una propuesta diferente y novedosa.
Desde Beijing concibieron que la forma de ingresar al Medio Oriente no era mediante las armas, sino mediante el capital y las inversiones. La diplomacia china tomó nota de los movimientos de Kissinger en los ‘70 y decidió seguir un camino similar, mientras Estados Unidos había empantanado su imagen, fruto de sus permanentes intervenciones militares.
China comenzó a acercarse económicamente al reino saudí en plena Primavera Árabe (2011), coincidiendo con la etapa en la que Estados Unidos reforzó su rol de inteligencia e intervención militar sobre el mundo árabe con los casos de Libia (2011) y Siria (2012). El primer acercamiento de China fue adquiriendo petróleo saudí, abonado en dólares (tal y como establecieron los acuerdos de 1974). Esas compras fueron aumentando con el tiempo, al punto de que China se convirtió, en 2015, en el mayor comprador de petróleo saudí.
Conforme los años fueron pasando, China estrechó la cooperación con el reino saudí en otras áreas, tales como ciencia y tecnología. Beijing, sin embargo, evitó tocar o acercarse en materia militar, debido a que allí se encontraban los principales acuerdos de Estados Unidos con los saudíes. Fue, para China, una línea roja que no debía cruzarse. Sin embargo, la opción comercial seguía abierta y China decidió avanzar hacia el pilar financiero, ese que Washington había descuidado, al menos en relación a su sociedad comercial con los saudíes.
En 2022, en una cumbre entre la Liga Árabe y China, celebrada en la ciudad saudí de Jeddah, Mohamed Bin Salmán (heredero al trono saudí) y Xi Jinping (presidente chino) alcanzaron un acuerdo de palabra para iniciar las primeras transacciones por fuera del dólar estadounidense. Este acuerdo implicó no sólo una ruptura de facto con los acuerdos de 1974, sino que habilitó a China a poder pagar a los saudíes con su propia divisa, el yuan. Todo un cambio de paradigma financiero para las compras de petróleo.
Al año siguiente, en 2023, China promovió dos hitos geopolíticos importantes para el Medio Oriente: Por un lado, la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Irán, dos rivales históricos del mundo musulmán y; por otro lado, el ingreso de ambos países al BRICS, junto a otro país de dicha región, Emiratos Árabes Unidos. Los movimientos de China dieron nuevas cartas a la monarquía saudí: Diversificación comercial, nuevos lazos diplomáticos, así como una mayor visibilidad como potencia y hegemón del Medio Oriente.
A raíz de estos entendimientos con China, ya devenido en el mayor socio comercial y diplomático de los saudíes (no así en términos militares), la monarquía saudí hizo uso, en junio de 2024, de la cláusula de “no renovación” del acuerdo del Petrodólar, que podía activarse oficialmente solo una vez transcurrido medio siglo de la firma original. Los saudíes decidieron no renovar dicho acuerdo, lo que les habilita, de ahora en más, a poder comercializar su petróleo con la divisa que ellos deseen, ya sin depender de los dólares estadounidenses.
La decisión saudí de no renovar vino a poner un marco legal y oficial a una práctica que el reino árabe ya estaba implementando desde 2022 con China. Se espera ahora que, ante el fin de estos históricos acuerdos, Arabia Saudita avance en acuerdos bilaterales para poder comercializar su petróleo aceptando otras monedas, siendo China el primer gran beneficiario de ese giro, al poder abonar en yuanes, sin obstáculos legales, ni objeciones potenciales de Estados Unidos.
India es otro actor que podría beneficiarse de este giro, debido a la buena relación entre Mohamed Bin Salmán y Narendra Modi (primer ministro indio), quien desea que su país pueda empezar a utilizar rupias, tal y como China usa yuanes para comprar o Rusia emplea rublos. Como fuera, la diversificación financiera parece un hecho cada vez más tangible y el fin del acuerdo del Petrodólar parece indicar que efectivamente estos cambios son cada vez más reales, aunque sea de manera paulatina.
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