De visita en la Asociación Árabe Argentina de Flores, su presidente Adalberto Assad dialogó sobre la mirada del islam en el país y las dificultades que afrontan las mujeres dentro de una sociedad que, a pesar de su marcado multiculturalismo, tiene mucho para aprender.
Fachada de la Asociación Árabe Argentina Islámica representativa de la comunidad a nivel nacional.
En Bogotá al 3449 se encuentra la Asociación Árabe Argentina Islámica, pleno barrio de Flores, aquel barrio donde conviven diferentes culturas y religiones que van desde los musulmanes, judíos, coreanos y bolivianos que se entremezclan en el día a día para formar un multiculturalismo que no buscaban, simplemente sucedió.
Una de las entradas de la Asociación donde también funciona un colegio.
Allí me esperaban Adalberto Assad, presidente de la Asociación; Carlos Diab, tesorero; Carlos Sleme, secretario general y Rolando Ale Pro. Mi intriga era simple: ¿qué es el islam y qué es ser árabe? Por bastante tiempo pensé que eran lo mismo producto, quizás, del uso de una jerga donde muchas veces utilizamos palabras como sinónimos cuando en realidad significan cosas distintas.
Assad hizo docencia y respondió a mi primera inquietud: “Profesar el islam y ser árabe no es lo mismo, vos podés ser árabe católico, maronita y protestante, árabe sería la raza de donde se proviene y la religión es otra cosa. Por ejemplo, hay países donde no se es árabe, pero se es musulmán. Solo el 18% de los musulmanes son árabes, es una de las religiones que más ha crecido”.
Adalberto Assad y Carlos Sleme.
Argentina es el país de América Latina con mayor número de musulmanes, según las últimas cifras oficiales del 2010 –que ya quedan viejas- en el país viven uno 400.000 fieles con distintas asociaciones a lo largo del territorio. Una de ellas es la que visité en Flores.
Assad me explicaba, quien ha estado en varios programas de televisión hablando sobre estos temas, que uno de sus roles es “tratar de virtuar la desinformación que tiene la sociedad sobre el islam porque hay grupos terroristas que dicen representarnos y no es así”. La asociación que preside cumplirá 100 años en 2025; allí mismo funciona el primer colegio primario, con principios islámicos de Latinoamérica y que desde el 2000 cuenta con un secundario. “Desde que nosotros empezamos abrimos la institución a toda la comunidad, no solo a los árabes, sino también a todos los del barrio para demostrar que nosotros podemos convivir con – por ejemplo- docentes que son católicos y fue así como se hizo una familia. Siempre priorizando los principios”, agregó.
Gimnasio del colegio.
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Respecto a lo que buscan dejar como mensaje en la sociedad argentina, afirmó: “Tratamos de inculcar el precepto islámico que para nosotros es un precepto generalizado de todas las religiones. Nosotros aplicamos las legislaciones islámicas en todo lo que podamos, no nos olvidamos que somos un grupo de minoría en un país con mayoría de católicos, y toda oportunidad que tenemos de mostrar la verdadera cara del islam la aprovechamos porque es importante difundirlo”.
Pasillo del colegio ubicado en el primer piso.
Carlos Diab y Matías Farjatt, director de nivel inicial y primario.
Casi de manera natural surge una dicotomía: “no dejamos de ser argentinos” me repetían y es verdad, lo son y lo seguirán siendo. Pero aquella Argentina que se formó hace ya más de 200 años se hizo bajo los cimientos de una cultura, mayoritariamente, española e italiana que inevitablemente choca contra las costumbres del día a día de un musulmán que habita este país. “Nosotros no tenemos ningún problema en dar explicación cuando hay que hacerlo, pero tampoco hemos tenido problemas desde acá con personas de otras religiones”, explicaban.
Cuando pregunté cuándo creen que fue el punto de quiebre donde la imagen del islam se desvirtuó, la respuesta fue unánime y casi en simultáneo de todos los presentes: “Después de los atentados”.
Las oficinas administrativas.
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Entre los presentes que se reunieron para explicarme qué había detrás de esta asociación estaba Salma, secretaria de Adalberto, a quien le pregunté por su experiencia y la de otras mujeres argentinas musulmanas y la mirada que la sociedad les devuelve. La respuesta, tristemente, no me sorprendió: “En los últimos años se hizo un poco más difícil; antes era otra la relación con otras colectividades, pero hace un tiempo empezamos a sufrir ciertas persecuciones, estigmatizaciones hacia las chicas que usan el hiyab (el velo) a pesar de ser argentinas”.
Cuadro de la Meca dentro de la sala de rezo.
Usar el hiyab es una obligación para toda mujer islámica aquí en Argentina como en cualquier otra parte del mundo donde se encuentre, pero a pesar de que es una tradición milenaria aún sufren la mirada del otro cuando van por calle. “Estamos insertas en la sociedad, trabajamos, somos argentinas, pero es duro y no te puedo mentir”, reflexionó.
Las alfombras utilizadas para el momento de la oración.
El oficio del periodismo me ha dado la posibilidad de conocer, de indagar lugares y momentos que con otro trabajo no hubiese podido. Así, casi sin quererlo, termino indagando sobre mi pasado, ancestros y costumbres que aún tengo sin haberme cuestionado el por qué... la sangre tira, dicen. Hoy entiendo un poco más de todo y a la vez menos, la cultura no es solo una palabra, es un modo de vida que se presta todos los días a ser descubierta. Entender de dónde somos y cómo llegamos a donde estamos ahora es otra difícil tarea que debe comenzar desde lo simple: ¿quiénes eran aquellos que comparten tu sangre? Creo que hoy pude contestarme, al menos en parte, esa pregunta.
Por Yasmin Ali
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