Mugica se ganó el apodo de "el primer cura villero" del país dentro del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Sin embargo, fueron varios los desafíos que debió enfrentar en el marco de un intenso clima político.
Cada 7 de octubre se conmemora en Argentina el Día Nacional de la Identidad Villera, una fecha que rinde homenaje al legado del Padre Carlos Mugica. Se trata de un hombre que dedicó su vida a servir a los más necesitados en los barrios populares del país. Precursor de la justicia social y fiel defensor de sus "compañeros villeros", su labor política y sacerdotal no pasó desapercibida, a tal punto que le costó su propia vida.
Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació el martes 7 de octubre de 1930 en el emblemático barrio porteño de Villa Luro. De familia adinerada, católica y antiperonista, creció en un ambiente privilegiado que se expresaba en contra de las ideas del gobierno de turno, el cual, años después, terminaría adoptando como máximas en su práctica religiosa y popular.
A pesar de su origen aristocrático y en una suerte de "rebeldía", el joven Mugica eligió un camino diferente al abandonar sus estudios de derecho para ingresar al Seminario Metropolitano de Buenos Aires en el año 1951, un espacio que predicaba el mensaje de Dios a través de mensajeros y discípulos. Ocho años más tarde, en 1959, fue ordenado sacerdote en la Catedral de la ciudad de Buenos Aires.
Iniciada la década del 60, el ahora "Padre Mugica" se convirtió en asesor espiritual de la Juventud Estudiantil Católica y de la Juventud Universitaria Católica, donde influyó en la formación de jóvenes que más tarde se unirían a movimientos revolucionarios como la Tendencia Revolucionaria de la Juventud Peronista y Montoneros, incluso luego de haber festejado junto a su familia el golpe de Estado de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón.
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Sin embargo, el giro crucial en la vida del Padre Mugica ocurrió cuando conoció al Padre Rolando Concatti en Francia, mientras estudiaba Epistemología y Comunicación Social. Este encuentro lo llevó de regreso a Argentina y lo motivó a mudarse a uno de los barrios más pobres de Buenos Aires, Retiro, donde inició su labor social. Fue así como se ganó el apodo de "el primer cura villero" del país dentro del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
En sus propias palabras, Mugica reflexionaba sobre su transformación ideológica: "Siempre viví en Barrio Norte; en el colegio, mis amigos eran todos como yo. Mi familia tenía una honda fe cristiana y fui criado en un clima de piedad religiosa; pero era una fe trascendentalista, muy preocupada por la salvación del alma, que no turbaba para nada la conformidad que sentíamos hacia todo lo que nos rodeaba. El otro mundo, el mundo de los humildes, no lo conocía".
Destacado por su sensibilidad y su compromiso con los más necesitados, alzó su voz para protestar ante falta de trabajo y vivienda que afectaba a los habitantes de las villas, específicamente en la Villa 31 que hoy lleva su nombre. Sin embargo, su papel tomaría relevancia al ser uno de los pasajeros del famoso avión "chárter" que trajo al General Perón al país en noviembre de 1972, luego de 17 años de exilio.
Aquellos jóvenes que formó, entre los que se encontraban Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus y Mario Firmenich, fundaron la organización "Montoneros", uno de los movimientos revolucionarios más polémicos que se gestaron en el suelo argentino. Sin embargo, y a pesar de su cercanía, el Padre nunca se adhirió a la lucha armada. "Hay que dejar las armas para empuñar los arados", les dijo.
Mugica fue detenido debido a la misa que ofreció por la muerte de Ramus y Abal Medina, quienes eran perseguidos por las fuerzas policiales tras el secuestro y posterior asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu. Este hecho, y sumado a su cercanía con Perón y su crítica a las políticas del ministro de Bienestar Social, José López Rega, atrajeron la atención de la Alianza Anticomunista Argentina, conocida como Triple A, liderada por López Rega.
A pesar de las incontables amenazas "anónimas", el Padre Mugica continuó con su labor religiosa en la Villa 31, donde fue nombrado párroco de la Capilla del Cristo Obrero. Durante los primeros años de la década del 70, junto a sus colaboradores, inició lo que se conocería como el movimiento de curas villeros.
A pesar de las oportunidades políticas que se le presentaron, como el ofrecimiento de ser candidato justicialista de la capital, Mugica prefirió dejar de lado a la política para continuar sirviendo a los más desfavorecidos desde su posición en la iglesia. Lo que él no sabía, es que su determinación y su compromiso ideológico lo llevarían a ser uno de los objetivos de la Triple A.
El fatídico día tuvo lugar el 11 de mayo de 1974. Después de dar una misa en la parroquia San Francisco Solano en Villa Luro, fue asesinado a tiros por Rodolfo Eduardo Almirón, jefe de la custodia de López Rega. Las balas del grupo de tareas de la Triple A lo llevaron al Hospital Salaberry, donde llegó agonizando. Todo el barrio lloró y lamentó la pérdida de un hombre que dedicó su existencia a la lucha por la justicia social.
Medios afines acusaron a Montoneros por el crimen. Incluso, se difundió una hipótesis de que este movimiento consideraba a Mugica como un "traidor" por haber tomado partido por Perón luego de que éste los echara de la Plaza de Mayo llamándolos “imberbes” el 30 de abril de 1974, 11 días antes de su asesinato. A pesar de los intentos desesperados de desviar la atención de la Alianza Anticomunista, la iniciativa no tuvo éxito.
Rodolfo Eduardo Almirón fue reconocido y juzgado muchos años después, y declarado autor “inmediato del homicidio” recién en 2012 por el juez federal Norberto Oyarbide, luego de años de investigación sobre los crímenes perpetuados por la Triple A, a los que declaró de lesa humanidad. Almirón murió en 2009 en la cárcel.
Pasaron 49 años de la muerte, pero el legado del Padre Mugica perdura en la memoria de todos aquellos que luchan por un mundo más justo y equitativo. Su vida y obra continúa inspirando a las nuevas generaciones de curas y sacerdotes, quienes buscan difundir su legado a través del mundo. Aquel "cura villero" al que ser peronista le costó la vida dejó, sin dudas, una huella imborrable en la historia de la República Argentina.