El médico intensivista, Arnaldo Dubin, hace un pormenorizado análisis de la verdadera situación del sistema sanitario en la Argentina y expone las debilidades del mismo desde que llegó la pandemia del Covid-19.
Por Canal26
Martes 2 de Marzo de 2021 - 11:58
Internación por coronavirus. Foto: NA.
Por Arnaldo Dubin*.
La terapia intensiva era una especialidad poco conocida antes de la pandemia. La pandemia por COVID-19 proyectó la especialidad a los primeros planos. Cerca del 5 por ciento de los pacientes requieren internación en terapia intensiva y la mitad de estos, ventilación mecánica, una de las técnicas más complejas. Muchos otros van a necesitar otros tratamientos complejos como hemodiálisis y reanimación hemodinámica. En todo el mundo ha existido una enorme preocupación sobre la disponibilidad de camas de terapia intensiva, así como también de respiradores.
Sin embargo, no se ha prestado demasiada atención al recurso humano. En nuestro país, también se generó enorme interés por conocer el número de camas libres de terapia intensiva. Aunque estuvimos cerca de colapsar, afortunadamente la casi totalidad de los pacientes pudieron ser atendidos en las unidades de cuidados intensivos. Éste fue el resultado de la temprana y tan vilipendiada cuarentena que dio tiempo para un notable fortalecimiento del sistema y que también logró que la enfermedad avanzara lentamente.
A pesar de que no se llegó a una ocupación del 100%, es necesario remarcar que la limitante del funcionamiento del sistema, no son las camas, los respiradores o cualquier recurso físico o tecnológico. El cuello de botella es el personal sanitario, en especial enfermeros, kinesiólogos y médicos intensivistas, cuya formación requiere años.
El déficit de intensivistas ya era muy evidente desde hace años. Existen múltiples explicaciones, tales como las grandes demandas físicas y psicológicas de la especialidad, las malas condiciones laborales y la baja remuneración, todo lo cual conduce a la percepción de un estilo de vida negativo. Más del 50% de las vacantes de residencia de terapia intensiva quedan libres. De no ser por los médicos extranjeros que vienen a formarse a nuestro país y que son tan denostados por ridículos xenófobos, no sería posible atender los pacientes.
La Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) lleva décadas reclamando sobre sobre estas cuestiones, y nunca ha sido escuchada. La pandemia ha desnudado las carencias de los cuidados críticos. En estos momentos, los intensivistas somos pocos, estamos tremendamente exigidos, exhaustos física y anímicamente, cometemos errores, nos contagiamos y enfermamos. Colegas nuestros han muerto en el ejercicio de la especialidad.
Aun así, en estas circunstancias, el compromiso de los intensivistas es irrenunciable. Pese a que la terapia intensiva no colapsó, siempre ha estado bajo una enorme tensión. Probablemente, volveremos a vivir situaciones de mucho trabajo.
Este estrés tiene graves consecuencias, no sólo en los trabajadores de salud, sino también sobre la evolución de los pacientes. Un reciente estudio de la Administración de Veteranos de EEUU demostró que la mortalidad de los pacientes críticos no sólo depende de la edad, las enfermedades coexistentes y la gravedad del COVID-19, sino también de la sobrecarga de trabajo en la terapia intensiva.
Esta tensión es un predictor independiente de mortalidad. Este fenómeno puede ser una de las explicaciones para el aumento de la letalidad en CABA, desde 1,9% el 13/07 a 3,4% el 25/10/2020. Frente al rebrote actual y la perspectiva de una segunda ola a partir del otoño, el sistema sanitario está en peores condiciones que las previas. Los intensivistas estamos agotados y cada vez somos menos. La mayor parte de nuestros reclamos no han sido atendidos. En consecuencia, somos una especie en riesgo de extinción. Como he planteado hace largos meses, nuestra sobrevida depende de decisiones sanitarias y políticas.
(*) - Médico intensivista, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de La Plata.
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