Por Marcelo García*.
Dice una frase muy difundida en nuestro lenguaje coloquial que "más vale malo conocido que bueno por conocer". A fuerza de repetirla, esta idea idea nos limita por anticipado y nos impide el beneficio de emprender nuevo rumbos, tomar otros caminos, tal vez superadores del estado de cosas. El empeño puesto por mantener este paralizante "status quo", ha surtido efecto entre quienes aceptan la realidad tal como otros (que tienen la sartén por el mango) se la presentan. El verdadero poder de cambio, ese maravilloso don de transformación, está en nuestras manos, pero -casi sin darnos cuenta- lo entregamos mansamente cada día sin demostrar el más mínimo atisbo de pelea.
Cuando en diciembre de 2019 se detectó el primer foco conocido del extraño coronavirus en China que, luego, con su propagación hacia otras partes del mundo se convirtió en una mortal pandemia global, muchos creyeron que el planeta todo, gobernantes y gobernados, por fin se uniría tras una causa común, justa y necesaria, que dejara atrás miserias y vanidades tan propias de nuestro tiempo actual. El desconcierto inicial dio paso a un inédito sentido de pertenencia a la vida, y se hizo palpable una renovada y sanadora sensación de que -finalmente- el drama culminaría en el inevitable destino de un mundo mejor.
Pero no fue así.
Con el paso de los meses y el hecho de enfrentarse -de manera obligada y sin aviso- a un recorrido para el que no había hoja de ruta ni tutorial, todo llevó a que lo más bajo y vil del ser humano volviera a aflorar. Duro fue caer en esa realidad. A grandes trazos, los casos son fáciles de identificar. China trató de ocultar, Europa quiso mirar hacia otro lado y América se relajó creyendo ingenuamente que el virus letal no podía cruzar los vastos océanos que la "separaba" del nuevo mal. Con la decisión de los gobiernos, una vez más el rehén fue el ciudadano común; y con ese marco de insalvable globalización, la Argentina claramente no fue una isla.
Desde marzo de 2020, el país se encaminó a un extenso período de cuarentena que -si bien absolutamente necesaria frente a lo desconocido- se transformó en el más largo confinamiento a nivel mundial (con todas las consecuencias que eso implica), mientras que los resultados lejos estuvieron de ser los que una inmensa mayoría llegó a desear o imaginar.
No solo no se evitó el contagio masivo y una lamentable cifra de fallecidos, sino que la aparente convivencia inicial de los diversos sectores con responsabilidad institucional en el país y sus opositores, fue poco menos que un ilusorio espejismo que dejó expuestas las endebles convicciones cívicas de una auténtica y hermética casta política en el ámbito local.
La maldita "grieta" se hizo más evidente, y se tragó a quienes van por la avenida del medio. Lo viejo conocido: comenzaron a pelear con la gente atrapada en medio de su feroz tiroteo.
De cara al futuro, son varios los motivos que nos han de preocupar. Sería largo y tedioso de enumerar, aunque -sin embargo- saltan a la vista. Lo grave es que no hay solo un nombre para señalar. Fueron y son todos responsables. A su modo, y con distinta cuota parte de culpabilidad, pero todos por igual. Gobierno nacional, mandatarios provinciales, intendentes, militantes (muchas veces fanatizados y muy efectivamente adoctrinados) y muchos de los sectores más representativos de una siempre endeble oposición. De un lado y del otro demostraron no estar a la altura de las circunstancias.
Dicho de otro modo: no les dio el piné, ni siquiera frente a una tragedia.
No importa el color político. Tampoco los cargos. No interesa la ideología. Mientras -pese a las reiteradas negativas- el sistema sanitario argentino está al borde del colapso tras años de inacción (o si se quiere, corrupción), y mientras a la gente solo le queda el último recurso de encomendarse al Cielo y rezar; las clases dirigentes (de cualquier bando, da igual) decidieron enredarse en peleas intestinas y embarcarse en un irresponsable juego de acusaciones cruzadas sobre la cubierta del Titanic. Pase de factura entre grupos en pugna, la justificación de los injsutificable, la mentira dibujada de verdad. Lo cierto, y tristemente real, es que el pueblo argentino, ese mismo que con sus votos una y otra vez les ha hecho sistemáticamente lugar, ya tiene el agua al cuello. Y a muchos, ni siqueira les han enseñado a nadar.
Lo dicho al principio, pero ahora en forma de pregunta: "¿Más vale malo conocido que bueno por conocer?"
La pandemia de coronavirus y la actitud de la inmensa mayoría de la clase política de la Argentina, nos han dado otra vez una dura bofetada, y esta es difícil de soportar. Ellos mismos ya dieron la respuesta, sin que haga falta decir algo más.
*Periodista de Diario26 y escritor.
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