Más del 50% de la población en Argentina tiene sobrepeso, una afección que pone en riesgo el bienestar de quienes la padecen, incluso de los más pequeños.
En la actualidad, una epidemia silenciosa ataca a los más pequeños. Las pantallas son las principales culpables de este fenómeno, ya que fomentan el aislamiento y el sedentarismo, lo que, en última instancia, repercute sobre la salud. A esto se le suma el auge de los alimentos ultraprocesados: vestidos de empaques llamativos, atraen la atención de los niños a quienes es difícil decirles que no.
¿Quién está detrás de esto? La obesidad, una condición que antiguamente se vinculaba con la edad adulta. Esta afección, que va mucho más allá de lo estético, implica serios riesgos para la salud física y emocional de quienes la padecen.
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La infancia, en el mundo actual, cambió por completo: ya no se juega en las calles, sino detrás de una pantalla; ya no se comen golosinas una vez a la semana, sino a diario e incluso en las escuelas; ya no hay salud, sino que hay enfermedades.
Según Delfina Fahey (MP3438), licenciada en nutrición, el sobrepeso genera que el niño padezca problemas de salud que antes se consideraban “problemas de adultos”. Entre ellos se destacan la diabetes, la presión arterial, el colesterol alto, la apnea obstructiva del sueño y la osteoartritis. Si el organismo de un niño tiene estas afecciones a tan corta edad, ¿qué le espera en el futuro?
La obesidad infantil no solo implica un riesgo inmediato para la salud física, sino que también tiene profundas repercusiones emocionales y sociales. Los niños con obesidad suelen sufrir bullying, lo que puede provocar baja autoestima, ansiedad y depresión. Esto puede afectar su desempeño académico y sus relaciones interpersonales, creando un ciclo de aislamiento y malestar emocional que es difícil de romper.
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El uso mismo de la tecnología incrementa los problemas de autoestima. La difusión de cuerpos “ideales y esbeltos” empeora aún más la situación, ya que los niños crecen con una noción de “cuerpo” muy alejada de la realidad, la cual, para los que padecen esta enfermedad, puede ser realmente destructiva.
Este fenómeno no solo genera frustración y descontento con su propia apariencia, sino que también puede conducir a trastornos alimentarios y comportamientos poco saludables. Los niños, al ver estas imágenes, pueden internalizar la idea de que solo un tipo de cuerpo es aceptable, lo cual afecta su relación con su propio cuerpo.
Los niños y adolescentes tienden a compararse constantemente con los modelos que ven en las redes sociales, olvidando que muchas de esas imágenes están retocadas o no reflejan la realidad cotidiana. Esta continua comparación puede disminuir su autoconfianza e incrementar los sentimientos de inseguridad y ansiedad. Por lo tanto, es crucial educar a los jóvenes sobre el uso crítico de los medios y promover una imagen corporal positiva y realista para prevenir y abordar la obesidad de manera saludable.
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La especialista remarca dos factores implicados en la obesidad: la actividad física y la ingesta de alimentos hipercalóricos. “El consumo frecuente de comidas ultraprocesadas, dulces, panificados, productos de pastelería, jugos y gaseosas genera aumento de peso”, explica. Además, “pasar demasiado tiempo en actividades sedentarias aumenta el deseo de consumir alimentos poco saludables”, muchos de los cuales suelen estar publicitados en los programas de televisión.
Los factores genéticos y hormonales también pueden influir. “Un hijo con ambos padres con problemas de sobrepeso está más expuesto a padecer obesidad”, ejemplifica Fahey.
Esta situación se complica aún más cuando se le suma un estado de ánimo que es muy común en los niños de hoy en día quienes no saben jugar: el aburrimiento. “Algunos niños comen de más para afrontarlo”, destaca.
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El cambio, en el caso de los niños, debe comenzar en el hogar. Se debe hacer de la alimentación saludable y la actividad física “una forma de vida”. Cambiando pequeños hábitos y con ayuda de un especialista en nutrición se podría poner fin a esta enfermedad que, en definitiva, nada bueno trae.
El cambio requiere de una gran disciplina por parte del grupo familiar, sin embargo, ponerse demasiado estricto con la dieta e intentar hacer las modificaciones alimenticias de golpe no es recomendable. “No hay que desanimarse si hay días en que la alimentación se desordena”, alienta Fahey.
Lo ideal es cambiar las conductas de forma progresiva, haciendo que el cambio se transforme en un juego más. “Realizar preparaciones caseras e involucrar a los niños en la compra de vegetales y en la preparación de las comidas”, recomienda la licenciada.
También es importante establecer “rutinas para dormir, ya que la privación del sueño puede causar desequilibrios hormonales que conducen al aumento del apetito”.
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